El Perú de hoy, un déjà vu de fines de los 80
La gran mayoría de peruanos contamos las horas para que se largue el 2024, capturado por el crimen organizado, la corrupción, una justicia cada vez más politizada y una creciente crisis de principios y valores, para darle paso a un nuevo año, el 2025, una suerte de nuevo comienzo, que traiga tiempos de refrigerio (bienestar) a este país polarizado, enfrentado, que rinde culto a la intolerancia, vencido por la apatía, que no desea ofrecer resistencia a buena parte de una clase política y autoridades que hacen ejercicio inédito de cinismo y posverdad, pretendiendo influir en el imaginario de la gente, acerca de que declaraciones escandalosas y, en su caso, actos de gobierno que solo los benefician, no son lo que parecen, resumiendo todo en: “quienes no están con ellos, contra ellos son”. ¡Qué nivel tan básico de hacer política!
¿Qué fue de ese pueblo resiliente, que ha sabido levantarse cual ave fénix de desastres, desgracias y toda clase de tiempos tempestuosos?, ¿dónde quedó aquello de: “El Perú es más grande que sus problemas”? Nosotros hemos sacado fuerzas de donde no teníamos ninguna, levantado cabeza muchas veces sin ayuda de las autoridades de turno, haciendo gala de “determinación”. Pareciéramos, en mi opinión, haber sido absorbidos por la filosofía de “dejar pasar”. Al comienzo mostramos rechazo y expresamos condena frente a eventos de violencia, criminalidad, favoritismo político, injusticias, ejercicio abusivo del derecho, entre otros, pero con el devenir de los días, los ánimos exacerbados se diluyen sin haberse producido cambios o correctivos. Nos resignamos a que pronto vendrá el 2026 con el recambio de autoridades, pero mucho me temo, estas serán más de lo mismo, o peores aún, dadas las reglas de juego electorales y los cambios constitucionales a nuestra Carta Magna que, en las aulas universitarias, a los estudiantes de Derecho nos enseñaron era “rígida”, por cuanto, en teoría, toda reforma requería de procedimientos exigentes y mayoría calificada de votos. No obstante, en el cuasi fenecido 2024 asistimos, en la práctica, en el Legislativo, a una Constituyente, en razón de las tantas modificaciones a un buen número de artículos de la Constitución del ’93, juntándose con ese propósito, tirios y troyanos.
Así las cosas, aun cuando un nuevo año genera esperanzas y buenos propósitos, en el ciudadano de a pie aflora el desencanto y hartazgo por nuestra situación político-social con marcada decadencia de valores, donde campea el individualismo y el irrespeto por los derechos del otro, con escasa empatía y solidaridad entre peruanos y, encima, sobrepasados de niveles de inseguridad ciudadana. Sin pretender ser tremebunda, el Perú es un déjà vu del de fines de los 80 e inicios de los 90 (quitándole la hiperinflación y el terrorismo), donde siquiera se puede disentir, sobre todo con aquellos que cortan el jamón del poder político, porque te acribillan de insultos y diatribas, o te empapelan hasta las orejas y peine canas el ciudadano defendiéndose, hasta que la última instancia jerárquica o la muerte, quien llegue primero, le libere del calvario de una justicia flemática, en algunos casos politizada, por ser percibido, quizás, como potencial candidato a cargo de elección popular; la Presunción de Inocencia parece ser una quimera.
Con todo, en tanto exista democracia y un BCRP autónomo, hago votos por un ¡Bendecido 2025!
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