ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

El país del trámite

Imagen
Fecha Publicación: 01/08/2025 - 21:30
Escucha esta nota

La señora Marta tiene 62 años y un sueño modesto: abrir una bodega en el primer piso de su casa. En su barrio todos la conocen, y muchos ya le han dicho que estarían encantados de comprarle el pan, el azúcar o las galletas sin tener que caminar ocho cuadras hasta el mercado. Pero desde hace cuatro meses, su sueño se ha topado con una pesadilla: el papeleo.
Cada vez que va a la municipalidad, le piden un nuevo documento, un nuevo sello, una nueva firma. Un día le dicen que falta el certificado de Defensa Civil. Otro, que el uso de suelo no coincide. Luego, que el plano está incompleto. Y cuando por fin cree que todo está listo, le informan que debe esperar la “evaluación técnica”, que tomará 30 días hábiles más. Marta no solo necesita perseverancia: necesita paciencia, suerte y hasta asesoría legal para abrir una tienda de barrio.
En el Perú, emprender no es solo una cuestión de esfuerzo o voluntad. Es una carrera de obstáculos invisibles. Lo sabe Marta, lo sabe el joven que quiere poner un café en Barranco, lo sabe el emprendedor de Gamarra que lleva años intentando formalizar su taller. Todos chocan con la misma muralla: la del trámite eterno.
Una muralla que no protege a nadie, pero que parece diseñada para rendir al ciudadano y empujarlo hacia la informalidad. Y lo más triste es que nos hemos acostumbrado. A las colas interminables, a la ventanilla que solo atiende martes y jueves, al funcionario que “no sabe, pero preguntará”. Nos hemos resignado a que ser formal sea casi un acto de heroísmo.
Este no es solo un problema de burocracia: es un problema de visión de país. Hemos construido un sistema que parece sospechar de su propia gente. Que, en lugar de facilitar, complica. Que, en lugar de confiar, desconfía. Y así, cada vez que alguien intenta empezar un negocio, mejorar su casa o abrir un comedor, se enfrenta al sinsentido de tener que pedir permiso para producir, servir o trabajar.
Porque aquí, más que un Estado, tenemos un laberinto.
En el discurso presidencial del 28 de julio se habló del “shock desregulatorio”. Una promesa de eliminar barreras innecesarias, simplificar procesos y dejar de castigar al que quiere emprender. Más de 250 medidas ya se han implementado, dicen. Si es cierto, es un paso importante. Pero más allá de los números, lo que necesitamos es un cambio de mentalidad: dejar de tratar al emprendedor como sospechoso. Dejar de medir el éxito del Estado por la cantidad de normas que produce y empezar a medirlo por la libertad que genera.
No se trata de eliminar todas las reglas ni de caer en el caos. Se trata de diferenciar entre lo que cuida a la sociedad y lo que solo engorda el archivo. Porque mientras más papeles pedimos, menos empleo se genera. Y cuando el Estado se vuelve un estorbo, la informalidad se vuelve refugio.
Hoy, Marta sigue esperando la aprobación de su bodega. Mientras tanto, vende por la ventana, “nomás por mientras”, dice con resignación. No evade normas por maldad, sino porque el sistema la expulsa. No es informal por elección, sino por agotamiento. Y como ella, hay miles. En un país que aplaude el emprendimiento en el discurso, pero lo asfixia en la práctica.
Quizá algún día, cuando hablemos de un “shock desregulatorio”, pensemos en Marta abriendo su bodega con una sonrisa, sin miedo, sin trabas. Porque un país no se mide por los trámites que exige, sino por los sueños que permite.

Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.