El ojo del búho
A Manolo Quintanilla lo conozco hace diecinueve años. Luis Espejo, poeta de Neón, el místico, me lo presentó en el barrio de Palermo. Manolo es periodista y fotógrafo. Cuando falleció mi padre (febrero de 2009) Manolo y Lucho se confabularon para disminuirme la tristeza: me llevaron al concierto de Roger Hodgson; yo, de negro, los miraba agradecido, pero extraño y apagado; entonces Manolo para atenuar lo que percibió como incomodidad, miró a Espejo y exclamó: “Nos vamos los tres de negro”, retornamos a casa de Lucho y Lucho salió de negro, después nos detuvimos en casa de Manolo y Manolo también salió de negro.
Sé que la tristeza no tiene color, pero ese gesto hizo que por lo menos en aquel momento la divida en tres y yo pude volver a la paz de saberme entre dos amigos que interpretaron la pérdida y solidarios cargaron conmigo el dolor del padre muerto. Han pasado diez años desde entonces, yo no he dejado de editar y Manolo no ha dejado de capturar Lima con su cámara del 45, rollo plus. Así se fortalece la amistad: con gestos, el arte exige de gestos.
El año 2013, organicé el primer festival Primavera Poética, como ahora, carecíamos de todo, menos de entusiasmo y de la confianza de los amigos. No todo en este país es un desierto: teníamos el apoyo de Derrama Magisterial, cuyo presidente en aquel entonces era mi amigo Helí Ocaña, de la Casa de la Literatura, presidida por la admirable Milagros Saldarriaga, del Instituto Raúl Porras Barrenechea gracias a la gestión de Rocío Hilario, tuve a los eternos Arturo Corcuera, Tulio Mora, José Ruiz Rosas y Miguel Ángel Guzmán y, por supuesto, el apoyo material de los amigos. Manolo Quintanilla, en primera fila con su poderosa Nikon, fue el culpable del primer registro de un festival que, contra viento y marea, el pasado setiembre llegó a su sétima primavera. Gracias por eso, Manolitro.