El mejor antídoto para la preocupación es la acción
La preocupación es un estado mental que paraliza a las personas en sus actividades cotidianas. Su origen es multifactorial; algunas veces nace de la culpa, que se convierte en una preocupación permanente. Mientras no se comprenda que esa actitud puede tener visos obsesivos, no se logrará resolver. Lo importante es tomar acciones para despejar la mente y ser objetivos. Por ejemplo, un niño y adolescente fue calificado como “precoz” por manipular sus genitales e incluso masturbarse, lo que le generó un profundo sentimiento de culpa que se transformó en preocupación constante. Cada vez que tocaba sus genitales, se sentía mal, hasta que llegó a la consulta psicológica. Allí se desvanecieron esos sentimientos negativos al comprender que todo formaba parte del desarrollo sexual y que no tenía nada de malo. Lo gratificante es que tomó acciones para resolver un pensamiento que lo perturbaba, y logró superarlo.
Por otro lado, existen preocupaciones que no están ligadas a la culpa. Por ejemplo, si la próxima semana tienes un examen de matemáticas y estás preocupado por el resultado, ¿cómo contrarrestas ese pensamiento? Estudias, practicas, resuelves problemas solo o en grupo. Esa actitud te da confianza, seguridad y aplomo, lo que facilita rendir la prueba con la certeza de obtener un buen resultado.
A nivel global, lo sucedido en Medio Oriente refleja cómo las acciones reducen la preocupación. Irán, país acusado de reclutar terroristas fanáticos y de amenazar a la humanidad con lanzar bombas nucleares, provocó alarma internacional. Estados Unidos e Israel decidieron atacar las bases nucleares donde se acumulaba el uranio. Para muchos, la acción fue acertada; otros discrepan. Pero lo importante es que se actuó para proteger a la humanidad. La preocupación se disipó gracias a las decisiones tomadas. ¿Habrá consecuencias? Sí. Por eso, debemos mantenernos alertas. No existe enemigo pequeño; todo enemigo es un riesgo, y hay que prever los efectos colaterales.
Desde una perspectiva psicológica, la personalidad depresiva muestra lo opuesto a la acción. Estas personas suelen ser cerradas, poco comunicativas, con trastornos de sueño, apetito, sin motivación y con una baja autoestima. Muchas veces, no canalizan las oportunidades que tienen. Las causas pueden ser genéticas, hereditarias, sociales, culturales o ambientales. Requieren medicación y, una vez estabilizados, deben recibir psicoterapia individual o grupal, psicodrama, alimentación balanceada y apoyo emocional. Con acciones graduales y acompañamiento, muchas personas con personalidad depresiva logran integrarse nuevamente a la sociedad.
Finalmente, el mejor antídoto para la preocupación es la acción decidida. En el trastorno obsesivo compulsivo, los pensamientos son repetitivos, circulares, irracionales y generan ansiedad. La persona es consciente de lo ilógico, pero no puede desvincularse del pensamiento que le causa angustia. Es necesario brindarle herramientas para actuar y bloquear esos pensamientos. Por ejemplo, si alguien cree que debe echar la cabeza hacia atrás seis veces o algo malo sucederá, se le debe llevar a la escena, demostrar que no ocurre nada y así reducir su preocupación. No siempre hay causa y efecto, pero con acciones positivas, la mente puede sanar. Por eso, cuidar la salud mental debe ser una prioridad.
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