El más viejo, el más alto
Un árbol, cuya copa sobresale por encima del dosel en la Reserva Natural del Río Iratapuru, en el norte de Brasil, y que mide 88,5 metros de altura y 9,9 metros de diámetro, acaba de ser descubierto y catalogado como el árbol más alto del mundo. De la especie Angelim Vermelho (Dinizia Excelsa) se alza imponente y solitario en la plenitud de la selva amazónica. En el otro aspecto de la noticia, al sur del continente, en la Patagonia chilena ha sido hallado el árbol más viejo que superaría por 600 años la edad de “Matusalén”, un pino de California al que se consideraba hasta hoy el más longevo. Se trata del “Alerce Milenario” y su edad superaría los 5 mil años.
El árbol es una compañía familiar. Está a nuestra vista en los parques, en las casas, en casi todos los caminos. Por ello, es hondo el impacto de la copla de Atahualpa Yupanqui: “El árbol que tú olvidaste/ siempre se acuerda de ti / y le pregunta a la noche/ si serás o no feliz.” Quién no ha tenido un árbol incrustado o en el horizonte de su propio camino que le recordara las coordenadas de sus querencias más entrañables. Quién no los marcó una vez con un nombre y una fecha. Quién no se abrazó a ellos para sentir la savia de sus venas, la fortaleza de su estirpe.
“Arbolito de mi tierra- dice Yupanqui- yo te quisiera decir/ que lo que a muchos les pasa también me ha pasado a mí/ Es triste que te lo diga/ pero lo tienes que oír/Quien se aleja junta quejas/ en vez de quedarse aquí. /Al que se va por el mundo/ suele sucederle así/ que el corazón va con uno/ y uno tiene que sufrir/ Y el árbol que tú olvidaste/ siempre se acuerda de ti.”
Podemos haber olvidado el árbol de nuestra niñez y adolescencia, pelado en otoño, floreciente en primavera. Podemos haber echado de menos su copa, mirando las estrellas en algún lugar de nuestras vidas. Podemos haber olvidado que sus raíces son profundas y nos enseñan el significado de tantas cosas. Pero lo que no podemos olvidar es que no hay lección más grande en un árbol que morir de pié. Pese a los alisios del sur y a las paracas del norte. Pese a los ciclones y a los vientos de Tsinchu. Pese a que se haya quedado sin savia y a que ninguna primavera lo haga florecer.
Por eso, la abuela Eugenia Balboa dice en Los árboles mueren de pie, la célebre obra de Alejandro Casona: “Que no me vean caída. Muerta por dentro, pero de pie. Como un árbol.”
Como el árbol que tú y yo olvidamos y que tarde o temprano nos acogerá bajo su larga sombra.
Jorge.alania@gmail.com
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