“El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas”

Queridos hermanos, estamos ante el Domingo XV del Tiempo Ordinario. ¿Qué nos dice hoy la Iglesia?
En la primera lectura, del libro del Deuteronomio, se nos invita a escuchar la voz del Señor y a volver a Él con todo el corazón y con toda el alma.
Escuchar a Dios es desearlo profundamente, y dejar que se cumpla en nosotros la palabra que se nos anuncia. Por eso, se nos dice que no está lejos de nosotros: no se trata de un esfuerzo sobrehumano ni de una búsqueda inalcanzable, sino de una gracia que se nos da gratuitamente.
“¿Quién de nosotros subió al cielo?”, dice el texto. No hace falta ir tan lejos, porque la palabra está cerca de ti, en tu corazón y en tu boca. ¡Cúmplela! Es decir, ponla en práctica. Escucha al Señor tu Dios, y tendrás vida. Ese es el sentido del “Shema Israel”: “Escucha, Israel, al Señor tu Dios”, que es un llamado a la obediencia amorosa que transforma el corazón.
Por eso, respondemos con el salmo 68: “Buscad al Señor los humildes, y revivirá vuestro corazón”. Yo soy un pobre malherido, Dios mío, tu salvación me levanta. Escuchar y poner en práctica la palabra es abrir el corazón a la salvación. Al final, el salmo también nos recuerda que los mandatos del Señor son rectos y dan luz a los ojos. Su palabra es más dulce que la miel, y en ella está el secreto de la vida.
La segunda lectura es del apóstol san Pablo a los Colosenses. Nos dice que Cristo Jesús es la imagen del Dios invisible. En Él han sido creadas todas las cosas: tronos, principados, potestades… todo fue hecho por Él y para Él.
Él vence en nosotros toda potestad y todo poder. Porque Dios quiso que en Él habitara toda la plenitud. Y por Él quiso reconciliar todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra. Hermanos, esta es la felicidad que nos ofrece Dios: todo ha sido creado por medio de Cristo y para Cristo. Nuestra vida tiene sentido porque pertenecemos a Él.
El evangelio, según san Lucas, nos presenta a un maestro de la ley que se levanta para poner a prueba a Jesús. Le pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. Es decir, está buscando la eternidad, el sentido de la vida, la felicidad auténtica. Jesús le responde: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”.
El maestro dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le dice: “Has respondido correctamente. Haz esto y vivirás”.
Pero él, queriendo justificarse, le pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”. Entonces Jesús le cuenta la parábola del buen samaritano: un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo golpearon, lo dejaron medio muerto y se marcharon. Pasó un sacerdote, lo vio, y siguió de largo porque llegaba tarde al templo.
Lo mismo hizo un levita. Sin embargo, un samaritano, considerado un extranjero y hereje por los judíos, se acercó, lo curó, lo subió a su cabalgadura y lo llevó a una posada. Sacó dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré cuando vuelva”. Jesús pregunta: “¿Cuál de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Y el maestro responde: “El que practicó la misericordia”. Jesús concluye: “Ve y haz tú lo mismo”.
Hermanos, ¿cuál es la esencia del cristianismo? Practicar la misericordia. ¿Cuál es la esencia de Dios? La misericordia. Pues bien, anda y actúa así, y tendrás vida eterna. Que esta palabra nos ayude a tener misericordia con todos los que nos rodean: los enfermos, los ancianos, los que necesitan que estemos con ellos. Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos vosotros.

Ánimo, hermanos. Cristo ha resucitado y quiere cambiar nuestra vida. Vivamos esta palabra que hoy se nos ha anunciado.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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