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El lamento, la queja y la acción

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Fecha Publicación: 25/02/2019 - 21:30
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Hace unos 30 años, el sociólogo peruano Gonzalo Portocarrero Maisch escribió un inteligente ensayo titulado “El silencio, la queja y la acción”, interpretando bajo estos tres conceptos la respuesta de nuestra sociedad frente a la violencia estructural que veníamos sufriendo a manos del genocida Sendero Luminoso.

Portocarrero decía que asimilar un proceso violento de esta magnitud requería tres momentos de respuesta en el imaginario popular. Uno primero de silencio, en el cual se encontraban muchos migrantes que huyeron de sus pueblos para sobrevivir, y aún no lograban procesar este cambio en sus vidas. Uno segundo de queja, el cual estaba surgiendo de una clase media emergente que no toleraría más esta violencia. Y uno tercero de acción, donde la reconstrucción social se exprese en una dinámica distinta que consolide nuestra ciudadanía.

Como suele ocurrir en la sociología peruana, los buenos deseos se convierten en hipótesis que jamás demostramos si son ciertas, y por lo tanto no logran explicar a tiempo los procesos sociales. Pero los conceptos propuestos por Portocarrero no estaban errados. Al no darle continuidad a esta línea de investigación, no logramos percatarnos que la captura del líder terrorista Abimael Guzmán generó dos consecuencias no buscadas: el silencio de los sectores populares y “oprimidos” se convirtió en un eterno lamento sin retorno; y la queja se fusionó con la acción consolidando una expresión informal que hoy linda con la ilegalidad en casi todos sus actos.

Así podemos explicar hoy que este 60 % de economía y sociedad informal (aunque mejor sería llamarla por su verdadero nombre: ilegal) tiene una expresión política que responde a los códigos de comportamiento hegemónicos y predominantes, donde nuestros últimos gobernantes perfeccionaron ese espíritu de saqueo de los piratas, asaltando este barco llamado Estado los últimos 30 años sin mayor remordimiento.

El reto, por si no nos hemos percatado aún, es reconvertir este lamento y esta queja en una acción transformadora. Mejor aún, en una acción purificadora. De no encontrar mecanismos que castiguen esta mentalidad criminal que hoy nos persigue hasta en el comedor de nuestras casas, lo único que seguiremos haciendo será contaminar a más peruanos, a quienes daremos por otra generación más perdida en los libros de historia que ya nadie escribe.

La tarea comienza en casa, en el barrio y continúa en la escuela; pero será necesario que legisladores y funcionarios de gobierno tracen líneas de intervención social efectivas en todos los frentes, de manera que podamos cortar esta gangrena por lo sano. ¿Será necesario sacrificar a una generación para cuidar la que venga? La respuesta está en nuestras propias manos.