El laberinto legal del Perú: ¿sirve al ciudadano o al corrupto?
En el siglo VI, en un imperio herido por el caos jurídico, se alzó una voluntad implacable: el emperador Justiniano. Rodeado de confusión, contradicción y leyes enmarañadas que solo beneficiaban a los poderosos, Justiniano no reformó el sistema legal romano: lo reinventó desde los cimientos. Bajo su mando se escribió el Corpus Iuris Civilis, una codificación monumental que ordenó siglos de leyes y creó claridad donde antes reinaban el abuso y la confusión. Fue una hazaña de voluntad política, inteligencia legal y, sobre todo, de servicio a la justicia.
¡Qué lejos estamos de esa visión en el Perú del siglo XXI! Hoy vivimos entre montañas de normas contradictorias, reglamentos absurdos, procedimientos kafkianos y entidades que exigen requisitos imposibles incluso para los más honestos ciudadanos. Se legisla a diario, pero sin orden ni propósito. El resultado es un sistema legal inhumano, que no protege al ciudadano, sino que lo aplasta con su peso muerto. No hay claridad, no hay unidad, no hay sentido común. Solo hay trabas.
Peor aún, esta maraña normativa no es fruto del descuido, sino del cálculo. Porque en la oscuridad del exceso legal florece lo peor: la corrupción cotidiana. Cada ambigüedad, cada procedimiento sin sentido, es un portón abierto al soborno, a la coima, al “arreglo”. El ciudadano de bien, aquel que quiere cumplir, es el más perjudicado. El infractor avezado, en cambio, se pasea con impunidad. En el Perú no tenemos un sistema legal: tenemos un campo minado disfrazado de legalidad.
Nos han hecho creer que la burocracia es necesaria, que los trámites protegen al ciudadano. ¡Mentira! Hoy, la burocracia no protege al ciudadano: lo humilla, lo detiene, lo expulsa del derecho. Mientras tanto, los corruptos aprovechan el desorden para enriquecer sus bolsillos. Y el pueblo, sin entender las leyes que lo gobiernan, permanece a merced de quienes mejor saben manipular el caos.
¿No es hora ya de una codificación nacional seria? ¿De un proceso que simplifique, ordene y devuelva al ciudadano el control sobre su propia legalidad? Si Justiniano pudo hacerlo hace 1,500 años con papiros y pergaminos, ¿cómo es posible que con toda la tecnología actual no podamos liberar al pueblo de esta selva normativa inmoral y deshumanizante?
Este país necesita no solo una reforma, sino una revolución legal y moral, que arrase con el absurdo y ponga al ciudadano al centro del sistema. Porque no hay justicia sin claridad, ni democracia con trámites que oprimen. Y ahora, con las elecciones a solo nueve meses, tenemos una oportunidad histórica de exigir ese cambio. Es momento de reconstruir el Estado desde la legalidad y el sentido común.
@SandroStapleton
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