El Kadish para Naomí
No puede un judío rezarlo solo. Deben ser diez porque es una oración comunitaria, precisamente para encontrar en esa comunidad, fortaleza y solidaridad en la hora del duelo. Tampoco se pueden contar los asistentes con los dedos antes del rezo, porque no es un buen augurio y debe respetarse esa tradición de la Cábala.
Allen Ginsberg, el gran poeta estadounidense de la Beat Generation, no rompió por supuesto esa tradición cuando rezó el Kadish para su madre Naomí. De pie en una tarima en el Greenwich Village, rodeado de cientos de personas, dijo esa plegaria del judaísmo, su más honda liturgia.
El Kadish es un antiguo poema en prosa recitado en arameo antiguo, la lengua ancestral de los judíos, una letanía que no parece de este mundo. La música de las palabras, alterna con los ritmos vigorosos, sonidos enternecedores y las respuestas del líder y la congregación de dolientes sobre la cual ejerce casi un poder hipnótico.
“Magnificado y santificado sea su gran Nombre”, dice el doliente. “Amén”, responde la comunidad. “En este mundo que Él ha creado conforme a su voluntad, que Él establezca su reinado durante tu vida y la vida de la casa de Israel”, señala el doliente. “Que su gran Nombre sea bendecido por siempre y por toda la eternidad” responden los asistentes…
“En el centro de Manhattan, mediodía invernal, llevo toda la noche hablando, leyendo el Kadish en voz alta, escuchando los blues de Ray Charles ciego en el fonógrafo” -dice Ginsberg- “el ritmo, el ritmo, leo las últimas estrofas triunfantes de Adonai, lloro al darme cuenta cuánto sufrimos y cómo la muerte es el remedio con el que sueñan todos los cantantes, cantan, recuerdan, profetizan como en el Himno Judío o el Libro Budista de las respuestas…”.
“Ahí descansa” -clama Ginsberg- “No más sufrimiento para ti. Sé a dónde fuiste. Está bien. No más flores en los campos veraniegos de New York, ningún gozo ahora, no más miedo a Louis… No más de tu hermana Eleonor –ella se fue antes que tú- tú la mataste, lo mantuvimos en secreto -o ella se mató por resistirte- pero la muerte las mató a las dos. Ya no importa…”.
Allen Ginsberg reza y escribe su íntima plegaria. El pueblo judío lo acompaña desde los tiempos de David, del mar Rojo, de los muros del templo que se rajan: “En el mundo, Naomí, dada, enloquecida por las flores, embalsamada en soledad, encerrada bajo el pino, Jehová, acéptala. Toma este salmo mío, explosión de mi boca, parte de mi tiempo ahora entregado a la Nada para alabarte a Ti…”.
Naomí Levy Ginsberg, quien padecía de epilepsia y psicosis crónica, murió de un derrame cerebral en 1955 en el Centro Psiquiátrico de Pilgrim State.
Jorge.alania@gmail.com
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