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El impacto internacional de la rebelión de Túpac Amaru II

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Fecha Publicación: 04/11/2024 - 21:30
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José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, el 4 de noviembre de 1780, como ayer, en la ciudad de Tinta, Cusco, encabezó la rebelión más sonada del virreinato y con enorme impacto en los dominios de España en diversas partes del mundo. Pero no fue contra la Corona española, como se ha creído, sino contra los abusos del corregidor Antonio de Arriaga, que es distinto. No existe ningún registro histórico que haya sido superior en su huella para protestar por la dignidad del indígena, despreciada desde los tiempos de Ginés de Sepúlveda, para quien los indígenas no tenían alma, en oposición a su defensa por Bartolomé de las Casas, el “Apóstol de los Indígenas”.
El cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, también llamado inca —era nieto de Túpac Amaru I, el último inca de Vilcabamba—, no era un antisistema, tampoco un revoltoso ni un anarquista, por lo que ponerlo de ejemplo en ese marco es un grave error de conceptualización histórica. Nació y creció en medio de la comodidad de una vida esencialmente sincrética, es decir, tan criolla, apreciando la importante cultura peninsular, como exponiendo sus innegables entrañas indígenas. No fue un mestizo indiferente al dolor de los aborígenes, que fueron sometidos a la mita, y por eso decidió ajusticiar a Arriaga.
Al final, el poder español se impuso, siendo derrotado y apresado junto con su esposa, Micaela Bastidas, los hijos de ambos y sus lugartenientes. Todos fueron ejecutados (1781) y el cuerpo de Condorcanqui, despedazado como el de William Wallace en Escocia (1305), fue llevado a los confines del Cusco para advertir sobre nuevas rebeliones. Su legado estaba inscrito y, por eso, hubo más reacciones. Las circunstancias en Europa —La Ilustración y la Revolución Francesa (1789) y, poco tiempo después, la invasión napoleónica de España (1808)— allanaron en América el proceso de la emancipación, apareciendo en las periferias del Virreinato del Perú las denominadas Juntas de Gobierno, que a la postre serían la base del poder político de las futuras repúblicas con que el continente se mostró al mundo al comienzo del siglo XIX.
En el Perú no las hubo porque aquí yacía concentrado mayoritariamente el poder español en América, que solo pudo ser vencido el 9 de diciembre de 1824 y perennizado en la histórica Capitulación de Ayacucho, cuyo bicentenario acabo de recordar en la también histórica Universidad San Cristóbal de Huamanga, fundada en 1677, realzando su carácter de liberación panamericana al sellar la independencia de las naciones de nuestro continente. Todo ello gracias al gesto contestatario contra la injusticia que había iniciado José Gabriel Condorcanqui 44 años atrás.

(*) Excanciller del Perú e Internacionalista

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