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El espejismo de la industria editorial peruana

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Fecha Publicación: 24/04/2025 - 22:20
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En el Perú, la lectura sigue siendo una actividad marginal. Según la Encuesta Nacional de Lectura 2022, solo el 47.3% de la población leyó al menos un libro en el último año, con un promedio de apenas 1.9 libros por persona. Esta cifra nos ubica por debajo de países como Chile o Argentina, donde se leen entre 4 y 5 libros anuales por habitante.

Y sin embargo, en esta tierra donde se lee poco, la industria editorial ha crecido. Desde inicios del siglo XXI, hemos visto un auge notable de pequeñas y medianas editoriales.

Han surgido sellos especializados, propuestas arriesgadas y apuestas por géneros antes ignorados. La diversidad de ofertas editoriales en el Perú de hoy es impensablemente mayor que hace dos décadas. Publicar ya no es un privilegio de unos pocos, sino una posibilidad cada vez más abierta.

Pero este crecimiento tiene un matiz importante: muchas de estas editoriales no se insertan en la lógica de las industrias culturales en sentido estricto, sino que son, más bien, prestadoras de servicios. No funcionan como casas editoras que invierten, promueven y distribuyen, sino como talleres de autopublicación: el autor financia su libro y se lleva sus ejemplares. La editorial, entonces, no se juega nada más que su nombre. La venta del libro, su circulación, su llegada al lector... queda al esfuerzo del autor.

Esto ha generado una paradoja interesante. En el Perú sí hay un mercado editorial, pero es un mercado financiado por los autores, no por los lectores. Lo que se masifica no es la lectura, sino la publicación. La producción del libro se ha democratizado, y eso tiene cosas buenas: más voces, más bibliodiversidad, más encuentros con públicos escolares y barriales. Pero también genera ruido, saturación y, sobre todo, aislamiento. La visibilidad se convierte en un bien escaso, disputado en redes sociales, ferias menores y colegios, con el propio autor como promotor, vendedor y hasta repartidor.

Cada autor, cada libro, cada intento por llegar al lector es un esfuerzo solitario. Y eso limita el alcance de una verdadera política cultural. La informalidad, la falta de estrategia, la debilidad en la edición y el diseño en la mayoría de publicaciones son reflejos de una industria aún precaria, que a veces celebra demasiado pronto el mero hecho de existir. Hay libros, pero no siempre hay lectores. Hay producción, pero no siempre hay circulación. Hay entusiasmo, pero no hay industria.

En ese escenario, la lectura sigue siendo baja y no se avizoran mecanismos robustos para revertir esa tendencia. El Estado, pese a algunas iniciativas normativas, sigue sin construir una infraestructura cultural sólida que conecte producción y lectoría. Y las nuevas tecnologías, con sus múltiples plataformas de autopublicación y consumo digital, se convierten en una amenaza silenciosa para el modelo artesanal y presencial que domina la pequeña industria editorial peruana.

La pregunta es simple pero urgente: ¿qué pasará cuando ya nadie quiera pagar por publicar, o cuando la autopublicación en línea haga obsoleta a las editoriales como intermediarias? Si no fortalecemos una cultura del libro que vaya más allá de imprimirlo, la respuesta será lapidaria para el sector.

Consideremos que un país sin lectores no tiene futuro, pero un país que no se toma en serio a sus libros, tampoco tiene memoria.

* Por Carlos de la Torre Paredes

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