El discreto encanto de la resignación
Los súbitos cambios producidos en las altas esferas de la Policía Nacional, al momento que la maquinaria oficialista le pusiera el ojo al coronel PNP Harvey Colchado por incursionar en Palacio tras Yenifer Paredes, la hija-cuñada de Pedro Castillo e imputada de varios delitos de corrupción, dan cuenta de los reflejos mafiosos de la organización criminal que gobierna y su ánimo de redoblar acciones defensivas mientras llueven las evidencias en torno a su proceder delictivo.
Y ciertamente, echa al suelo la tesis de un sector de ciudadanos que asegura la pronta caída de Castillo y su banda, presumiendo la solidez institucional de los resortes judiciales y la efectividad de sus sentencias. Nada más iluso, incierto o deleznable cuando el hampa oriunda de Chota muestra uñas, dientes y chavetas para espetarnos que no cederán un milímetro las aristas siniestras de su poder.
Hay quienes venimos insistiendo en mostrar todas las piezas del drama padecido dentro del escenario político peruano, el cual no solo deja percibir la cuota de cinismo aportada por el elenco gubernamental, sino también la bufonería de la llamada oposición, parlamentaria o callejera, cuyo malabarismo para hacernos creer que cumple honorablemente su tarea fiscalizadora y hasta redentora, genera sueño en vez de aplausos. Con marcadas excepciones –cada vez en porcentaje decreciente– esa oposición muestra un rostro demagógico, oportunista y ególatra, desprovista de impulsos creativos. Nada ilusiona en sus palabras huecas, mucho decepciona de su mero afán de supervivencia en la visibilidad pública.
En esta ecuación, vale reconocer que Castillo y sus secuaces ejecutan la tarea asignada para quienes se han visto sorprendidos por pesquisas fiscales con las manos en la masa: intentar la eliminación de las pruebas y de los personajes llamados a cumplir las órdenes de un juez, como es el caso de Colchado.
En estos tiempos de virtualidad y rastros inextinguibles como llamadas telefónicas, correos electrónicos o chats de WhatsApp para direccionar obras estatales, lo primero se vuelve difícil. Lo segundo, en cambio, depende del peso que otorga la discrecionalidad funcional de los miembros del Ejecutivo. Sobre esto último, se entienden o explican las voces al unísono de los personeros oficialistas repitiendo sin cansancio que los cambios en los mandos de la policía son potestad del Presidente o el ministro de Interior y que además son “normales” aunque destruyan carreras impecables o sumen una cantidad nunca vista en el primer año de un gobierno.
Castillo avanza y se consolida, pese a todo lo que sabemos. Sin embargo, como siempre lo hicieron las viejas burguesías, los llamados opositores exhiben el discreto encanto de su resignación.
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