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¿El demonio al interno de la Iglesia Católica?

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Fecha Publicación: 03/02/2025 - 22:40
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La Iglesia Católica hoy en día vaya que está en aprietos, no solo en El Vaticano, sino también en las iglesias locales, en Perú incluso a niveles de confusión y descamino nunca antes vistos.
Baste señalar, como ejemplo, el silencio de quienes el papa Francisco ha designado como arzobispos y cardenales en el último quinquenio, en temas tan de fondo para la fe y la moral católicas como el aborto y la indemnidad sexual de los menores de edad. Peor aún, la cancelación de manifestaciones masivas —y en asombrosa e insólita cooperación con otras confesiones—, que antes eran habituales para defender la vida.
No olvido las palabras de Jesús al instituir en el apóstol Simón su Iglesia, advirtiéndolo, preparándolo y preparando a todos aquellos que, en los siglos y milenios siguientes —hasta el momento del Juicio Final—, habrían de ser guiados por él y sus sucesores:
“Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás... yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no lo derrotará...” (Mateo 16, 18).
Una advertencia clara y milenaria del propio Salvador del mundo respecto a las turbulencias y tempestades que azotarían a su Iglesia. Sin embargo, lo que podría creerse que vendría desde fuera, hoy en día parece más estar incrustado en su interior.
Solo así puede entenderse la persecución desatada contra monseñor Juan Luis Cipriani y monseñor José Antonio Eguren, peruanos, acusados y sancionados sin siquiera darles la oportunidad de conocer los cargos que se les imputaban y sin que, por tanto, pudieran defenderse de ellos.
En el ámbito de la Iglesia hay normas y principios (el Derecho Canónico) que regulan su funcionamiento y disciplina interna, y que no son, ni pueden ser, menores en cuanto a conocimiento, buena fe, veracidad o afán de justicia que el Derecho en el ámbito civil.
Si nos causa asombro y rechazo la actuación injusta y hasta presuntamente delictiva de fiscales que, aquí en el Perú, sin escrúpulos ni pericia alguna, han perseguido por casi una década a decenas o centenares de personas, acusándolas sin pruebas y hasta privándolas de su libertad, además de su honra y tranquilidad personal y familiar, mayor asombro y rechazo nos debe ocasionar que eso mismo ocurra al interior de la Iglesia Católica.
Quienes ingenuamente creen que la injusticia contra los monseñores Cipriani o Eguren no afecta a la Iglesia desde sus bases están hondamente equivocados, pues el demonio, “señor” del infierno y personificación del mal, está actuando desde su interior.

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