El debate
No estar de acuerdo en nada es, casi siempre, en lo único que estamos de acuerdo. La discrepancia surge por donde uno dirija la mirada: en nuestra comunidad, en las entrevistas y debates televisivos, en las redes sociales, etc.; es imposible no intervenir en una discusión, más aún si la conversación está subida de tono, las groserías han reemplazado al diálogo. El desacuerdo puede ser productivo, podemos capitalizarlo y obtener ilustración y nuevas propuestas, para ello el desacuerdo debe ser estructurado y con respeto entre las partes intervinientes, con genuino deseo de persuasión.
Desde muy niños hemos tratado de convencer a los demás de nuestro punto de vista con nuestras palabras, recordemos como convencimos a nuestros padres para ceder a nuestros pedidos o caprichos. Cuando nos iniciamos en el campo del debate, recurrimos al gran error de cualquier principiante: el ataque al contendor, y esta ofensiva va dirigida a la persona y no a las ideas, si la respuesta va dirigida a las ideas y no a nuestra persona el éxito del oponente está asegurado. La única manera de llegar a las personas es buscando la convergencia, abriéndonos a la persuasión; el debate no es otra cosa que una conversación estructurada que se basa en refutar, sin refutación no habrá debate. Podríamos debatir hasta el cansancio sobre temas de nuestro contexto usual: importancia de la educación, lucha contra la discriminación, cómo hacer frente a la inseguridad ciudadana, por ejemplo.
En nuestra sociedad, debemos voltear la mirada y no desdeñar a los discursos inaugurales, los paneles de discusión, las conferencias, las reuniones de trabajo para intercambiar ideas que nos lleven a la mejora continua, etc. Venimos desperdiciando valioso tiempo objetando ideas porque son -o no- de una determinada ideología, o porque son del gobierno central y no del gobierno regional o local. Los medios de información y comunicación son los primeros llamados a generar este tipo de espacios, se debe dar cabida a las propuestas políticas, independientemente de la postura partidaria, debemos promover y difundir los artículos de opinión a favor o en contra de una determinada idea o propuesta, el debate debe darse hasta en nuestros desacuerdos privados, la discusión es lo que caracteriza al ser humano y abre la posibilidad de la equivocación, gran muestra de la humildad, y es esta humildad la que nos lleva a decidir mejor.
Los científicos de la neurología y de la psicología sostienen que quienes practican la humildad intelectual son más capaces de evaluar la realidad, más objetivos en sus acciones y tolerantes frente a las adversidades o las contradicciones. En nuestra realidad peruana ¿tenemos moderadores de debates o periodistas con humildad intelectual? ¿los políticos peruanos conocen o practican la humildad intelectual? Cada uno de nosotros tendrá la respuesta, y todas son válidas. Hemos sido testigos, en los últimos días, de la presentación de la ministra de educación en el parlamento, así como el “debate” y aprobación de la ley de apoyo al cine nacional, evidencias de cómo estamos hoy en día.
Todos tenemos el derecho de equivocarnos, podemos cambiar de parecer, debemos cuestionarnos el porqué de la seguridad en nuestra punto de vista; pongamos en práctica el debate, valiosa herramienta para hacer del desacuerdo algo productivo, incorporémoslo en nuestro trabajo, en nuestras reuniones, en nuestro quehacer cotidiano; practicando el debate lograremos transformar la forma de comunicarnos con los demás, nos enseñará a dejar expresarse y a atender, a no desestimar y persuadir, a dejar de cerrar y comenzar a abrir nuestras mentes.
Willy Ramírez Chávarry*
Ph.D. in Business Administration, Doctor en Derecho
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