El costo de seguir postergando
En una bodega de La Molina, doña Carmen hace cuentas con su cuaderno manchado de grasa. Anota cuánto le debe su primo por la gaseosa fiada y cuánto gastó en reponer la harina. Mira el saldo y suspira: no alcanza. No es que no venda; lo que ocurre es que todo sube y sus ingresos no acompañan. En la televisión, escucha a políticos hablar de grandes reformas y planes, pero siente que esas promesas se quedan en los auditorios. Su realidad es más inmediata: no sabe si podrá pagar la luz el próximo mes.
Historias como la de Carmen se repiten en cada esquina del Perú. El ciudadano vive la economía desde la fila del banco, la combi atiborrada o la pensión del colegio privado que no logra pagar. Y mientras tanto, se multiplican los discursos de Dina Boluarte saludando la fortaleza del sol y la fortaleza de la macroeconomía, mientras que la micro no siente el bienestar prometido.
Es por ello que es importante la Agenda 2026 del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico, dado que pone sobre la mesa 14 propuestas para enfrentar retos comunes. Tras la investigación, los investigadores coincidieron en algo que parece de sentido común, pero que en la política se olvida: no se trata de gastar más, sino de gastar mejor. De nada sirve un presupuesto inflado si se pierde en trámites o en proyectos mal diseñados. En salud y educación, por ejemplo, no basta con más dinero; hace falta gestión, calidad y articulación con el sector privado. Esa es la diferencia entre que una posta tenga medicinas o solo papeleo.
También se habló del agua, un recurso que parece abundante y, sin embargo, escasea en los pueblos. No porque falte en la naturaleza, sino porque la manejamos mal. Aquí aparece otro patrón: la mala gestión. Nos acostumbramos a improvisar, a depender de parches en lugar de planificar con visión de futuro.
Algo parecido ocurre con las pensiones: se reparten beneficios inmediatos sin pensar que las próximas generaciones tendrán que cargar con una deuda que equivale al 40 % del PBI de hoy. Al final, como siempre, los jóvenes pagan la fiesta de los mayores.
No se trata solo de que el Estado haga más, sino de que haga mejor y permita que el ciudadano también haga lo suyo. Lo realmente grave es que seguimos postergando decisiones que sabemos necesarias: simplificar normas, ordenar las cuentas, invertir en capital humano y asegurar agua para todos. Cada año que pasa, la cuenta se acumula y se hace más cara.
Doña Carmen, con su cuaderno de deudas, no espera milagros. Solo pide reglas claras, menos trabas y un Estado que cumpla lo básico. La escena se repite de norte a sur, como un espejo de un país que avanza a medias. Tal vez el día en que dejemos de sumar parches y empecemos a sumar soluciones de fondo, ella podrá cerrar su bodega tranquila, sabiendo que al menos el esfuerzo valdrá la pena. Ese día, el cuaderno tendrá más números azules que rojos, y el Perú también.
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