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El costo de la indiferencia

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Fecha Publicación: 22/06/2023 - 22:10
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Bertolt Brecht, en su célebre frase, devela costo de la indiferencia: “Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde».

En estos tiempos de necesidad de actitudes decididas, sin medias tintas frente a la infinidad de problemas que confrontan a la sociedad en diversas regiones del mundo y la importancia de confiar en quienes ejercen determinados liderazgos, vale la pena medir con objetividad las consecuencias de los actos de las personas, respecto al beneficio o daño que puedan ocasionar con su conducta sobre los demás.

En ese sentido considero que, si bien puede resultar muy dañina la actitud de una persona que genera perjuicio con su conducta ante los demás, sin embargo, resulta más funesta la actitud del indiferente, porque con el agresor uno sabe a qué atenerse, resulta más frontal su actitud y por tanto estamos advertidos de lo que nos puede pasar. En cambio, el indiferente que no reacciona para combatir el mal y se vuelve cómplice de éste, hace gala de su egoísmo, oportunismo, de su falta de sensibilidad humana y solidaridad con quienes resultan víctimas de atropello a sus más elementales derechos.

El indiferente se limita a opinar sin comprometerse, como pretender beber agua sin mojarse, cuenta con la inteligencia necesaria para evaluar los hechos que acontecen a su alrededor, pero prefiere mirar de balcón, observar los acontecimientos, las injusticias, pero no está dispuesto a hacer nada para que la situación cambie, convive y cohonesta con la arbitrariedad, pero no la combatirá ni la delatará porque probablemente en algún momento pueda servirse de ella para su beneficio personal.

Martin Luther King , ese gran luchador y activista contra la segregación racial en los Estados Unidos y asesinado por esa causa, decía: “Ya no me extraña la maldad de la gente mala, sino la indiferencia de la gente buena”. Este mundo está lleno de buenos y empedernidos indiferentes, empezando por quienes leerán este artículo y por mi propia persona, porque lloramos y lamentamos el mal ajeno, pero no hacemos nada por miedo a que se nos afecte. Los buenos cuando asumen una actitud indiferente, se convierten en cómplices del mal porque la falsa protección sobre nosotros mismos nos vuelve cobardes, nos paraliza y esa misma indiferencia y cobardía será la que irremediablemente nos convierta en las próximas víctimas, evocando la frase de Bertolt Brecht.

Elmon Burg Kenneth en el siglo XVIII decía: “Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Entonces cabe preguntarse, ¿cómo identificamos a los representantes del mal?, ¿dónde moran y operan? Están ahí muchas veces delante o al lado nuestro, por su capacidad y oportunismo siempre están bien parqueados, los vemos en el sistema de administración de justicia, en instancias de poder político, en los espacios de delincuencia de cuello blanco o privilegiada, hasta en los organismos internacionales.

Si bien es cierto que no podemos generalizar, pero queda claro que, si todos los que están encaramados en estas entidades, percibiendo remuneraciones cuantiosas, cumplieran a cabalidad sus funciones, no estaríamos sopesando tantas desgracias con efectos perniciosos contra grandes colectivos humanos, como es el hecho de que en la actualidad más de 263 millones de niños y jóvenes en el mundo no pueden ir al colegio y los índices de extrema pobreza, hambre y desnutrición infantil son indignantes, porque los Estados, especialmente los poderosos, prefieren invertir en armamento y no en educación y salud.

Los que ostentan su perfil de ciudadanos honestos, “buenos”, en cada uno de nuestros países, desde su pedestal, mirando de balcón, ven pasar las injusticias, la corrupción institucionalizada, el narcotráfico encaramado en instancias de poder, la grosera distorsión de los sistemas democráticos y la violación sistemática de los derechos humanos, con repudiable indiferencia, pasivos, preservando su propio interés y su peculio, se llevan bien con todos por si acaso. Esa hipocresía, esa indefinición, posición cómoda pero cómplice, resulta más peligrosa que los malos frontales, porque a estos últimos sabemos cómo combatirlos.

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