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El club de Toby y la paridad en la política peruana

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Fecha Publicación: 18/08/2025 - 22:00
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En los últimos años, el Perú ha dado pasos importantes en materia de representación femenina, pero aún está lejos de alcanzar una verdadera igualdad política. La Ley de Paridad y Alternancia permitió que el Congreso actual tenga un 37.7 % de mujeres, la cifra más alta en nuestra historia republicana. Se trata, sin duda, de un avance en el papel, pero que no refleja todavía una transformación real en la distribución del poder. La política peruana continúa siendo un terreno dominado por hombres, donde los espacios de decisión estratégica se resisten a abrirse a la participación femenina.
La presencia de mujeres en la vida política es más visible en las listas electorales, porque la ley lo exige, que en los espacios donde se decide el rumbo de un partido o de una campaña. Basta mirar las jefaturas de campaña, las presidencias de comités políticos o las secretarías generales para notar la baja participación femenina. Allí, la paridad se diluye y deja de ser un hecho concreto para convertirse en una ilusión estadística. Este déficit no es producto de falta de preparación o liderazgo de las mujeres, sino de un fenómeno mucho más profundo: el acoso político.
El acoso político hacia las mujeres en el Perú se expresa de múltiples maneras. No siempre adopta la forma evidente de la agresión verbal o física. Muchas veces es silencioso, pero igual de corrosivo. Se manifiesta en la exclusión de las decisiones clave, en la invisibilización de las opiniones, en el relegamiento a cargos secundarios o aquellos que tienen que ver con su condición de mujer, en la asignación desigual de recursos de campaña, en la desacreditación sistemática de trayectorias profesionales o en el cuestionamiento de la autoridad únicamente por el género. En todos los casos, se trata de mecanismos que buscan limitar la presencia femenina en la política y que constituyen una forma clara de violencia contra la participación democrática.
El costo de este acoso no lo pagan únicamente las mujeres. Lo paga la democracia peruana en su conjunto, porque se priva de voces diversas y de miradas distintas para enfrentar los grandes problemas nacionales. En tiempos de crisis de gobernabilidad, corrupción extendida, violencia social y desconfianza ciudadana, resulta un lujo —y un error— excluir a la mitad de la población de la construcción de soluciones.
Los jóvenes, que representan casi un tercio del electorado peruano, observan con atención esta incoherencia entre el discurso y la práctica. Ellos exigen mayor transparencia, inclusión y coherencia política. Y resulta evidente que la democracia pierde legitimidad cuando la paridad se queda atrapada en los números y no se traduce en poder efectivo. La falta de participación real de mujeres en cargos de dirección política mina la confianza en los partidos y en los movimientos regionales.
Esta triste realidad es más evidente en provincia.
La paridad no debe entenderse como una concesión graciosa ni como una cuota a cumplir por obligación legal. Debe asumirse como un imperativo democrático, como la base de una representación más justa y como un instrumento indispensable para fortalecer la legitimidad de las instituciones.
Combatir el acoso político en todas sus formas es la condición indispensable para que la paridad se convierta en una práctica viva y no en una cifra vacía. El reto es grande: implica cambiar no solo leyes, sino también culturas políticas arraigadas en el machismo. Pero es un desafío ineludible.
Porque, al final, el club de Toby sigue abierto, sonriente y con cupo reservado para las mujeres… siempre y cuando se queden en la foto de la entrada y no intenten cruzar al salón principal.

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