El caballero de los siete rubíes
Las noches que podía y que una vida lastrada por el desenfreno y la nostalgia de no sé qué, lo tenían lúcido y despierto, Toño Martín, cantante y compositor de Burning, una conocida banda española de rock de la década de los 80, le leía a su hija Penélope un cuento escrito por él que tituló “El caballero de los siete rubíes”. Al amanecer de una de esas noches, la del 9 de mayo de 1991, Toño Martín murió de un ataque al corazón a los 37 años.
Antes de ese cuento y de esa noche, el cantante había dejado un álbum inédito de temas del inicio de su carrera que permaneció así por más de tres décadas. La casualidad hizo que una de las tres copias dejadas de ese álbum – las otras dos se perdieron– fuera encontrada hace poco, lo que hará posible que el 6 de septiembre de este año, la discográfica Subterfuge Records la publique en una edición limitada de 500 vinilos. Su título: muerde la bala.
El caballero de los siete rubíes es una historia como tantas, pero para una niña es única si se la cuenta su padre. El caballero de los siete rubíes, es un Quijote de los campos de Burgos que se marcha de su casa, como el hijo pródigo, para encontrar su verdad y al cabo de los tiempos y las distancias descubre que esa verdad ha estado siempre en su casa y en su familia: Briviesca, la fiesta de Santa Clara, las luces de la niñez. Aunque la verdad de ese Quijote, como la de Toño Martín, fuera la que proclamó Lessing, tan admirado por Nietzche, que sostuvo que lo que hace digno al hombre no es la posesión sino la búsqueda de la verdad. Por ello, en la premonición de su muerte el cantante le dijo a su hija Penélope: Te espero porque no hay espera.
Juan Antonio Martín, conocido como Toño, fue a Briviescas para morir y contarle el cuento del caballero de los siete rubíes a su hija Penélope. Como el toro de lidia que se acerca a las tablas en su última hora. No somos como la medusa inmortal o como el coral negro que vive más de 4 mil años. Nuestro tiempo se mide en efímeros días, en los cuales más cuentan las lentas horas del infortunio o la duda, que los fugaces momentos de la dicha o la serenidad.
El rey Sargón de Agade, en el 2550 A.C –escribe Joseph Campbell en El héroe de las mil caras– fue abandonado de niño en una canasta de juncos en las aguas del Éufrates, pero llegó a ser rey. El pequeño Chandragupta, en el siglo IV A.C. fue dejado en una vasija de barro en el umbral de un establo y sucedió a Alejandro Magno y reinó en la antigua India casi cien años. El papa Gregorio el Grande fue arrojado al nacer al mar por su madre en una caja. El Caballero de los siete rubíes del cuento de Juan Antonio Martín, fue amado y protegido de niño pero se marchó del hogar en un estertor de la vida. No fue rey, ni paje ni nada pero volvió a su Itaca a arriar para siempre la bandera de su bajel.
Jorge.alania@gmail.com
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