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El bebé de Rosemary o la esencia del terror

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Fecha Publicación: 26/06/2025 - 21:40
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La actriz estadounidense Mia Farrow —además de poseer un talento extraordinario para su oficio— fue y sigue siendo una figura de belleza excepcional. ¿Por qué es relevante mencionarlo? Porque hay ciertas formas de belleza, como la suya, que contribuyen de manera decisiva a la construcción del personaje y, en consecuencia, a la creación de películas inolvidables. Un ejemplo claro es El bebé de Rosemary, dirigida por Roman Polanski y estrenada en 1968.
La cinta narra la historia de Rosemary Woodhouse, la angelical esposa de Guy Woodhouse (John Cassavetes), un actor en plena lucha contra el fracaso. Al mudarse a un emblemático edificio en Manhattan, la pareja empieza a ser rodeada por vecinos extraños y cada vez más invasivos. Todo se torna inquietante cuando Rosemary queda embarazada y empieza a sospechar que está atrapada en un siniestro plan orquestado por quienes la rodean. Según sus temores, estas personas no solo tendrían intenciones oscuras hacia ella, sino también hacia su hijo por nacer. ¿Está Rosemary en lo cierto? ¿O ha perdido el juicio? La película mantiene la ambigüedad hasta su estremecedor final. A lo largo de esta obra maestra, presenciamos la transformación de una mujer inocente y radiante en alguien quebrada por una realidad que la arrastra sin piedad —una realidad quizá demoníaca.
El bebé de Rosemary —y ahí radica su valor— fue la primera película de terror en situar el horror en un presente reconocible, cotidiano, desplazando lo sobrenatural de los castillos góticos hacia la vida urbana moderna. Así redefine la esencia del género: se sostiene en sus elementos clásicos, pero los renueva para resonar con las ansiedades contemporáneas.
Guy, el esposo de Rosemary, es un hombre consumido por la obsesión del éxito y la fama, una ambición que hoy, más que nunca, invade las mentes de quienes ven la vida como un escenario donde validarse a través de la notoriedad. Su deseo de triunfar no nace de la vocación, sino de una necesidad desesperada de reconocimiento, lo que lo convierte en el cómplice perfecto del horror. ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar por alcanzar el éxito? ¿Sería capaz de vender a su esposa para lograrlo?
Se trata de una película profundamente contemporánea. El horror no surge de monstruos grotescos ni de explosiones de violencia. Su fuerza reside en la duda —una duda moderna— que carcome desde adentro. ¿Está Dios presente? ¿Qué es el mal? ¿Somos libres? ¿Puede una buena persona salvarse solo por ser buena?
Corrientes filosóficas del siglo XX sostienen que el ser humano está radicalmente solo ante el absurdo de la existencia. El bebé de Rosemary ejemplifica ese drama con una maestría que solo Polanski podría lograr. Con una genialidad que solo Mia Farrow podría encarnar. Con una capacidad de perturbar que solo el mejor cine puede alcanzar.
Porque esa es, en el fondo, la esencia del terror: representar, de manera original y profundamente humana, el drama de la existencia en su tiempo. Y El bebé de Rosemary lo hace con una lucidez desgarradora.

Por Sol Pozzi -Escot

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