¿El autoritarismo de Fujimori es necesario?
La muerte de Alberto Fujimori reabre una pregunta crucial para la historia y el futuro del Perú: ¿Es realmente necesaria la ‘mano dura’ para el buen gobierno de nuestra patria?
El autogolpe del 5 de abril del 92 no fue sorpresivo. La relación entre el Ejecutivo y el Parlamento fue tensa desde la derrota del Fredemo. Es verdad que se le habían concedido facultades legislativas extraordinarias al gobierno, pero con una condición: se le impondría un estatuto a la presidencia; es decir, sería un régimen tutelado. Frente a eso, los tiempos y necesidades de Fujimori para aplicar el shock económico y las nuevas normas antiterroristas no aguantaban; la urgencia nacional era impostergable. Por eso, y con el apoyo unánime de los militares, se procedió a disolver el Congreso.
El resto es una historia llena de aciertos, pero también de tropelías, como la toma transitoria de los medios de comunicación por censores militares, a los cuales tuve que hacer frente desde El Comercio.
Como quiera que fuere, el autoritarismo fue clave para devolver la viabilidad económica de la nación y derrotar al terrorismo en vísperas de lo que se menciona pocas veces: una intervención de tropas internacionales eventualmente encabezadas por EE.UU., que se habrían dividido el territorio nacional en segmentos tutelados para impedir que el fenómeno subversivo se irradiara continentalmente. Sobre eso soy testigo de reuniones diplomáticas que planteaban aquella posibilidad de literal desaparición de nuestra República.
¿Se habría logrado la recuperación económica y la pacificación por una vía lenta, aunque totalmente democrática? Franco en España, Videla en Argentina y Pinochet en Chile, entre otros, demostraron que solo la acción institucional de las FF.AA. puede controlar situaciones extremas. Terrible admitirlo para los demócratas, pero históricamente incuestionable.
Hoy, en vísperas de un proceso electoral caótico con más de 40 candidatos presidenciales, con el accionar de bárbaros como Antauro, con el crimen transnacional que desborda la inseguridad ciudadana, la migración descontrolada de venezolanos y bolivianos y con la amenaza separatista de los aimaras en Puno, ¿será necesario reeditar la ‘mano dura’ del albertismo primigenio?
No soy su partidario, pero estoy convencido de que el fujimorismo no ha muerto con su líder histórico. Probablemente ahora nace el mito de una fuerza popular que, para bien o para mal, requiere inmediatas soluciones radicales y, ante eso, nuestra ideología no puede cegarnos. Si nuestra democracia no se fortalece, el autoritarismo, por desgracia, siempre será la alternativa.
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