El alma en la tierra… y en el socavón
Hace poco asistí a la presentación del libro “El alma en la tierra” – Vida y obra de Eulogio Fernandini de la Quintana- de Josefina Barrón Mifflin (Primera Edición, julio 2021). Sin duda se trata de un libro impecablemente editado que contiene el prólogo de Agustín de Aliaga Fernandini, bisnieto de don Eulogio, en el que recuerda las visitas que hacía a la casa de su bisabuela Isolina, esposa de Eulogio e igualmente protagonista del libro. Hace bien el bisnieto en honrar la memoria de sus esforzados antecesores que con su trabajo forjaron un importante patrimonio que ha dejado huella en el Perú.
Confieso que hasta la presentación del libro conocía poco o nada de la familia Fernandini excepto que eran importantes empresarios de la minería y de la ganadería en la sierra central del Perú, cuyas propiedades agrarias fueron expropiadas a partir de la década del sesenta del siglo XX. Sospecho que en un principio esas tierras y su correspondiente ganado fue pagado en efectivo tal como la ley lo disponía, pero que a partir de la tristemente recordada Reforma Agraria promulgada por el gobierno militar de Velasco, mediante el Decreto Ley 17716, se trató de una confiscación pura y simple.
Sin embargo, lo más notable de la vida don Eulogio Fernandini de la Quintana fue su trayectoria de niño enviado por su familia a Europa para que se reponga de una enfermedad y forje su carácter en la disciplina del antiguo Imperio Austro-Húngaro. Llamado por su familia retornó al Perú a los 23 años y en el viaje de vuelta durante el trayecto de Panamá al Callao, su barco se averió y fue salvado por una nave que recogía bananos en el Ecuador, pero que antes descargó maquinaria en nuestro primer puerto.
En esas circunstancias arribó a nuestra patria justo cuando se retiraba el ejército chileno después del Tratado de Ancón. Ni corto ni perezoso remontó la Cordillera Occidental de los Andes a lomo de bestia hasta Huancayo. Intrépido recorrido que hacían los viajeros peruanos –ricos y pobres por igual- en aquellas duras épocas, porque no había otra forma de desplazarse salvo a pie. En Huancayo se encontró con sus padres quienes le pidieron que fuera a Cerro de Pasco para reivindicar la mina de Colquijirca, que con duro esfuerzo pasó de ser un socavón inundado a un emporio productivo. He ahí la historia de un hombre precursor de la pequeña y de la mediana minería y luego por algún momento de la gran minería.
Sea lo que fuere en esos avatares de Cerro de Pasco conoció a su esposa doña Isolina Clotet, con la que estableció un hogar ejemplar fundado en el amor cristiano y en su incansable labor de sacar mineral de las entrañas de la tierra. Hombre duro quizás pero primero consigo mismo y luego con el resto. No digo más porque su vida está descrita en un libro que vale la pena leer como un recuerdo del Perú de ayer y de quienes contribuyeron a restablecerlo económicamente después de la Guerra del Pacífico.
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