El alivio pendiente
En un mercado de Jesús María, doña Elvira acomoda los tomates mientras hace cuentas en una libreta que le regaló su nieto. El precio bajó unas monedas respecto al mes pasado, y aunque sigue alcanzando lo justo, siente un pequeño alivio. Son gestos casi imperceptibles, pero en la vida cotidiana el costo de las cosas dicta la tranquilidad de las familias. Afuera, en las calles, esa calma parece aún lejana, porque los bolsillos siguen resentidos precios que se perciben altos.
La decisión del Banco Central de mantener su tasa de interés en 4.50% por tres meses consecutivos parece lejana para ella, pero sus efectos llegan de manera silenciosa a cada puesto del mercado y a cada bolsillo en el país. Mientras la inflación se ha reducido a niveles históricamente bajos y los analistas ya hablan de un escenario para bajar la tasa, en las casas y negocios familiares la expectativa es simple: que ese respiro macroeconómico se traduzca en créditos más baratos, en cuotas menos pesadas, en un poco más de oxígeno para producir y vender.
En el Perú, las tasas de interés suelen sentirse como una sombra pesada sobre las aspiraciones de la gente. Culpa de Julio Velarde no es, pero el microempresario que pide un préstamo para comprar una máquina nueva, la joven que busca financiar sus estudios, o el padre que intenta refinanciar su deuda de vivienda saben que medio punto arriba o abajo cambia la historia de sus finanzas. Y aunque en Washington la Reserva Federal da signos de recortes, aquí todavía se debate si mover la tasa o esperar señales más claras.
Lo que falla no es la prudencia del BCR —necesaria para evitar sobresaltos— sino la desconexión que la calle siente entre las buenas cifras y la vida cotidiana. La inflación está dentro del rango, el dólar se debilita en el mundo y los precios al por mayor muestran mejor rostro, pero en los barrios aún se vive con la ansiedad de no saber si alcanzará para la canasta básica. La macroeconomía avanza en un carril distinto al del ciudadano de a pie, que rara vez ve reflejados esos anuncios en menos intereses, más empleo o mayor inversión.
Hemos aprendido a convivir con un sistema que reacciona lento y que muchas veces prefiere asegurar su estabilidad en los gráficos antes que liberar espacio para que la gente respire en la vida real. Y se nos vienen las elecciones.
Ojo! No se trata de forzar al BCR a moverse a destiempo, pero sí de recordar que la política monetaria no puede estar de espaldas a la economía concreta. Si el crédito no se abarata y la inversión no fluye, de poco sirve la tranquilidad estadística. Lo urgente no es cuidar las cifras como trofeos, sino que esa estabilidad abra espacio para que más peruanos tengan acceso a crédito digno, a proyectos que despeguen sin que la tasa de interés los asfixie. Pero San Julio Velarde lo sabe.
Doña Elvira volverá mañana a acomodar sus tomates. Quizá baje un poco más el precio, quizá no. Lo que ella espera, sin saber de tasas de referencia ni de actas de directorio, es que su esfuerzo tenga una recompensa justa. Ese es el verdadero alivio pendiente: que las decisiones económicas de arriba se sientan de verdad abajo, donde la vida late y donde cada sol es visto con más esperanza que cualquier gráfico.
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