EE.UU. - China: Entre Estados no hay amigos, solo intereses
Debe de haberle dolido en el alma a Vladímir Putin el reciente acuerdo político a que han llegado Estados Unidos de América y la República Popular China de que el gigante asiático no va a entregar armamento a Rusia para la guerra que mantiene con Ucrania. Cuando los gobernantes tienen muy presente el interés nacional las promesas por afectividades o afinidades pasan a un segundo plano, un ejercicio que por nuestra región no se entiende ni se practica.
Para nadie es un secreto que los acercamientos o, diría mejor, los estrechamientos entre Beijing y Moscú en los últimos tiempos venían reflejando una alianza sin condiciones y eso vemos que no ha sido así.
El reciente viaje del secretario de Estado, Antony Blinken, a China para reunirse con su par de este país, pero sobre todo para tener contacto directo con el presidente de China, Xi Jinping -que por cierto me ha recordado al viaje secreto que hizo Henry Kissinger hasta Pekín para reunirse con Mao Tsé-tung en 1972, abriendo la cancha para la posterior visita de Estado que realizara el presidente estadounidense, Richard Nixon-, ha permitido cerrar el referido acuerdo entre ambos países que deja mal parado a Rusia.
En estos momentos la contraofensiva militar ucraniana ha permitido significativos avances en la recuperación de espacios territoriales en la región del Donbás que había caído en manos de los ejércitos moscovitas. Putin y sus generales saben que el acuerdo entre Washington y Beijing decanta que podría irle muy mal en la guerra y con ello, estaría comenzando a olfatear la derrota que sería el final del presidente ruso. Tampoco es que la decisión china refleje una alianza a ciegas. Nada de eso.
La lectura que nos produce el acuerdo es que China no desea bajo ninguna circunstancia verse envuelta en una colisión militar con EE.UU. y eso ha quedado demostrado con el acuerdo y el viaje de Blinken hasta el otro lado del mundo.
También queda claro que la Casa Blanca moderará sus pasos en relación al asunto de Taiwán que siempre irrita a China dado que la considera parte de su soberanía. En efecto, la estrategia de EE.UU. de no reconocer a Taiwán como un Estado soberano sino, en cambio, como parte de China, aunque ello no significa que Washington renuncia a la protección que brinda a Taipéi a través de su actitud permanentemente disuasiva con su flota dando vuelta todo el tiempo por la isla, por lo menos ahora va a moderarla mientras China y EE.UU. se sientan confortables en el marco de las redes de las relaciones internacionales que cada uno teje a su medida. Washington y Beijing cuentan con espacios de influencia y si el acuerdo se denota como un pacto convincente, la posibilidad de una inminente guerra pasará a un segundo plano, salvo un cambio radical de las circunstancias que ningún analista sin las virtudes de Nostradamus podría vislumbrar.
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