Educación: la llave maestra para romper el círculo de la pobreza en el Perú

En el Perú, hablar de educación no es solo hablar de aulas, pizarras y cuadernos. Es hablar de futuro. La educación es, sin duda, la herramienta más poderosa para abrir la puerta a un buen empleo y la vía más segura para salir de la pobreza. Una sociedad que invierte en educación construye ciudadanos con las habilidades necesarias para enfrentar la vida: leer, escribir, comprender, calcular y, sobre todo, aprender a convivir.
Los datos son claros: cada año adicional de educación aumenta en aproximadamente entre 5 y 10% los ingresos futuros de una persona. Esto no es una estadística fría, es la diferencia entre un empleo precario y uno digno; entre un país que sobrevive y uno que crece. La evidencia internacional también nos muestra que la salud y la educación representan la mitad de las diferencias de ingreso entre países. Es decir, sin capital humano, no hay progreso.
El Perú, al igual que muchos países de ingresos medios, enfrenta una crisis de aprendizaje que suele quedar oculta tras los indicadores de cobertura. Tenemos más niños en las escuelas, sí, pero no necesariamente aprendiendo lo que deberían. Según estimaciones globales, el 70% de los niños de 10 años en países como el nuestro no pueden leer y comprender un texto básico. En nuestro caso, las últimas pruebas nacionales confirman que los problemas de comprensión lectora y razonamiento matemático persisten, limitando el futuro de millones de estudiantes.
Esto ocurre en un mundo que cambia a una velocidad sin precedentes. La digitalización y la inteligencia artificial están redefiniendo el mercado laboral. Se estima que para el 2030, seis de cada diez trabajadores necesitarán reentrenarse. Si no tomamos decisiones ahora, el riesgo de que nuestra población quede rezagada es altísimo.
Ahora bien, el Banco Mundial propone una hoja de ruta que bien podríamos adaptar a nuestra realidad. Primero, fortalecer la educación inicial: aún tenemos una deuda enorme en cobertura y calidad para niños de 3 a 6 años. Después, asegurar que los niños permanezcan en la escuela y realmente aprendan, lo que implica docentes mejor capacitados, incentivos adecuados y tecnología aplicada con sentido pedagógico.
En la secundaria y la educación técnica, urge articular mejor con el sector productivo. Nuestros jóvenes no pueden salir de la escuela sin las competencias que el mercado demanda. Necesitamos carreras técnicas modernas, pasantías efectivas, certificaciones reconocidas y, sobre todo, un puente sólido entre la educación y el empleo.
Finalmente, debemos apostar por el reentrenamiento de adultos, algo que en el Perú aún parece tabú. Las personas necesitan oportunidades de actualizarse a lo largo de la vida. La reconversión laboral no es un lujo: es una urgencia en un país donde el 70% de los trabajadores se desempeña en la informalidad.
Aquí el sector privado tiene mucho que aportar. No basta con criticar el nivel educativo de los egresados; las empresas deben involucrarse más en la formación. Existen experiencias exitosas en otros países donde universidades, institutos y compañías diseñan juntos programas de formación dual, con teoría en las aulas y práctica en el trabajo.
En el Perú, tenemos gremios y cámaras empresariales que pueden ser catalizadores de este cambio. No se trata solo de financiar becas, sino de construir alianzas que aseguren que los jóvenes egresen con las competencias que realmente se necesitan.
Invertir en educación no es un gasto: es la mejor inversión que podemos hacer como país. El Perú necesita convertir la educación en una verdadera política de Estado, con continuidad, metas claras y financiamiento sostenible. De lo contrario, seguiremos condenando a nuestros niños y jóvenes a soñar con un futuro que nunca llegará. La educación es la llave maestra: o la usamos para abrir la puerta del desarrollo, o nos quedaremos atrapados en el círculo de la pobreza.

Por Carlos E. Posada Ugaz

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