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Dos años desperdiciados

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Fecha Publicación: 08/03/2020 - 22:20
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Dentro de 19 días Vizcarra cumple dos años como presidente de la República -jefe de Estado, por más que diga lo contrario- y el país está mucho peor que cuando asumió el cargo, aupado por Fuerza Popular y un “Congreso obstruccionista” a los cuales Vizcarra infamó inmisericordemente, tanto como organización política como Poder Legislativo. Su legado es un país acremente dividido, brutalmente politizado, severamente irritado e irresponsablemente empobrecido. Dividido entre buenos -los oficialistas y su coro de hueleguisos- y malos -quienes no comulgan con sus ruedas de molino- como estrategia para acumular poder, a base de satisfacer a los suyos para que continúen apoyándolo, y amedrentar a sus opositores apelando a una Fiscalía hincada a palacio y una policía política que husmea las conversaciones y persigue los rastros de la oposición. Un país democráticamente herido por la clausura de su Congreso bajo el vil argumento que se oponía a satisfacer los caprichos de un Ejecutivo arrogante. Y por si fuera poco, incapaz de gobernar coherentemente este país. Tanto así que nuestra fundamental fuente de ingreso de divisas y acopio de tributos -la minería- se encuentra en estado comatoso desde que, temerosamente, el presidente Vizcarra se rindiera frente a las amenazas del gobernador de Arequipa, sentenciando de muerte a un proyecto minero de importancia capital para el futuro de dicha actividad, de cara a los mega inversionistas extranjeros.

Restan quince meses para que acabe el plazo constitucional de la gestión de gobierno que arrancó con Pedro Pablo Kuczynski y continuara don Martín Vizcarra. Sin temor a equivocarnos, uno de los peores regímenes que ha tenido nuestro país. Pero además, el talante poco democrático de Vizcarra -exhibido en la clausura del poder Legislativo a través del ardid de una constitucionalmente inexistente desaprobación “fáctica” al voto de confianza del gabinete del Solar- siembra dudas sobre la vigencia de estos quince meses como fecha límite para que, de acuerdo a la Carta, Vizcarra deje la presidencia. Pero sigamos. Tal como van las cosas en este año y tres meses de vigencia que aún le restan al actual gobierno, los peruanos estaremos afrontamos una verdadera tortura de cara al futuro. En primer lugar, porque Vizcarra es, repetimos, un auténtico neófito en materia de administrar el país. Su impericia sigue ahondando una crisis socioeconómica justo en el momento en que el mundo enfrenta una amenaza de recesión por posible pandemia. Al menos, las bolsas de todo el planeta marcan a la baja la perspectiva para este año. Pero asimismo, hemos ingresado al año preelectoral, período durante el cual generalmente los ánimos de caldean -si aún cabe espacio en este de por sí enconado país- tesitura a la que hay que adicionarle la inauguración de un Congreso fraccionado, con prácticamente cero experiencia en lo que concierne a sus funciones legislativas y de control político-económico al gobierno central.

Como suele ocurrir, los optimistas recurrirán al trillado recurso “Dios es peruano” para soslayar el pesimismo. Pero hace ya dos décadas que Dios se olvidó del Perú dejándolo al garete, con consecuencias bastante lamentables.