Dolores Delirio y los años de incertidumbre

Llegué a casa del colegio, torturado por las dudas que, seguramente, todo adolescente tiene. Era la primera mitad de los noventa. La era pre cable. En UHF se transmitía, de vez en cuando, una especie de señal pirata que se captaba moviendo la antena de conejo, insertando un tenedor y con mucha paciencia. El canal 33 o el 27, con señales intermitentes y ruidosas, eran una alternativa llena de programas inusuales o música. Aquella tarde, vi en alguno de esos canales un video de música. Las notas oscuras y embriagadoras fueron hipnóticas. Calmaron un poco las inquietudes que llevaba en el espíritu. El video, bajo presupuesto, era sensual y prometía una noche de evasión. La armonía entre la letra y la música era de una precisión milimétrica. La voz del cantante mostraba un ruego agónico y conmovedor, que ocultaba algo de rabia. Nunca había escuchado a esa banda en ninguna radio comercial. Al terminar el clip, la señal del canal pirata se perdió, se llenó de ruido. En mi espíritu se había instalado un sentimiento de alivio, la posibilidad de encontrar un mundo distinto. En mi primer año de universidad, una buena amiga me pidió que la acompañe a un concierto. En las canchas de fulbito se habían reunido grupos, parejas y solitarios. La banda sube al tabladillo. En segundos, la energía que surgía de cada instrumento y movimiento envolvía a los espectadores, generaba el canto y los saltos. Impresionante. Era la primera vez que veía a Dolores Delirio. Una banda poderosa, catártica; vertiginosos sentimientos convertidos en una voz. Cuando iniciaron las notas de la canción que escuché en aquel canal de señal pirata, trajo a ese presente un recuerdo imprescindible para mis inquietudes. Dolores Delirio se convirtió en una banda fundamental. Y en solo unos días, el sábado 13 de abril, realizarán un concierto que han llamado “Sesión íntima”. No solo será música ese día, sino un encuentro de sensaciones, tiempos, evocaciones y la vieja y querida furia de aquellos años de incertidumbre.