Desgobierno y corrupción
El desgobierno de Dina Boluarte, que sobrevive merced a corruptas alianzas con partidos políticos que, con representación parlamentaria, no vacilan en utilizar al Congreso al servicio de sus propios y oscuros intereses, está conduciendo al Perú a una situación límite en materia de seguridad ciudadana, con la sensación creciente y justificada de la población de que no existe protección alguna del Estado, mientras extorsionadores, sicarios y asaltantes hacen de las suyas con creciente eficiencia e impunidad.
La columna vertebral de esta tragedia no es la falta de personal policial, la carencia de elementos materiales —¿qué pasa con las motos que ha traído Porky?— ni tampoco la ausencia de soportes legales. La razón esencial de la hasta ahora indetenible ola de delincuencia que envuelve al Perú es la corrupción sistémica que, de un extremo al otro del Estado y en particular en la policía, el Ministerio Público y el Poder Judicial, sostiene, vía complicidad y coima, a organizaciones criminales como el Tren de Aragua, que es una transnacional de la delincuencia.
Se sabe que el circuito de esas tres instituciones está plagado de corrupción e ineficiencia, y que no están subordinados solo a la coima, sino también a la presión mediática, a la influencia política y a la dependencia administrativa en la medida de los poderes jerárquicos ahí existentes. Muchas veces hemos visto, por ejemplo, que ante la inminencia de una lectura de sentencia —necesariamente condenatoria en el ámbito penal— el juez respectivo es cambiado de juzgado o elevado provisionalmente a la condición de vocal superior, para que la causa retroceda así unos seis meses y se genere eventualmente una prescripción que garantice la impunidad del acusado.
¿Puede hacer algo el régimen improvisado de Boluarte para siquiera mejorar esta situación? Podría, si a la cabeza existiera una persona con moral intachable y real y efectiva preocupación por sus compatriotas, pero el caso de Boluarte, de su incapacidad, corrupción y frivolidad, no tiene arreglo ni perdón de Dios, como no la tiene su famosa autoproclamación como “mamá” de todos los peruanos, ni su impresentable socio, alias “plata como cancha”, como “papá” de la región La Libertad.
Urge un cambio de gobierno, imposible de adelantar por el tiempo transcurrido y la proximidad del vencimiento del plazo constitucional del mandato de Boluarte. Pero, entretanto, no debemos bajar la guardia en nuestra capacidad de protesta, de denuncia y de propuesta y, por cierto, de organización de las rondas vecinales para propiciar una limitada pero necesaria autoprotección.
(*) Presidente de Perú Acción
Presidente del Consejo por la Paz
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