Derecho a una educación de calidad
A veces no están cómodo hablar de uno mismo, esta vez lo haré para dar inicio a unas ideas que han venido rondando en mi cabeza: Nací en un pequeño pueblo de Cajamarca, en el norte del Perú, donde estudié la educación inicial y la primaria; gracias al esfuerzo de mis padres y el apoyo de mi familia, pude ir a la ciudad a seguir mis estudios secundarios, en busca de una mejor educación. Este cambio de ambiente me permitió darme cuenta de que los amigos y compañeros que había dejado no tenían lo mismo que mis nuevos amigos y compañeros; por ejemplo: instalaciones deportivas, bibliotecas, talleres, laboratorios equipados, etc.; cuando hablo de esto con mis hijos, les cuesta entender. Conforme iba creciendo y desarrollándome, me sentía afortunado por las increíbles oportunidades que estaba teniendo; pero, siempre pensaba en los demás, en aquellos que no tenían acceso a lo que yo si. Había visto la diferencia entre la educación de la ciudad y la educación de las zonas rurales: una gran disparidad.
Esta brecha, lamentablemente, sigue vigente y sigue siendo una gran tarea pendiente del Estado; todavía no se invierten los recursos en la educación de los niños del interior del país, conozco lugares donde los propios padres de familia han construido las escuelas para sus hijos, donde cada alumno debe llevar el mueble donde va a sentarse; cómo inculcar el amor a la lectura donde no se cuenta con libros, luego nos quejamos de ser un país sin hábito de lectura. El sistema escolar no ha funcionado bien para los niños de zonas rurales; sin embargo, seguimos preocupados por qué estamos tan mal en educación, seguimos preocupándonos por los resultados finales, por la prueba PISA[1]; si descuidamos a los niños, no tenemos derecho a reclamar cuando las cosas no salgan bien. La calidad de la educación es directamente proporcional a su desarrollo profesional y laboral, es decir, a su futuro.
Debemos procurar que cada niño pueda recibir una educación de calidad, sin importar dónde viva o su condición económica; el financiamiento de la educación básica debe ir más allá de una simple cifra en el presupuesto del Estado, no podemos hablar de democracia si primero no democratizamos la educación; basta de pensar que la educación sólo podrá mejorarse con ayuda filantrópica, si bien es cierto ayuda, la responsabilidad es del Estado, por medio del gobierno de turno. Debemos llevar siempre presente que los problemas que tenemos como país son los problemas que creamos como país; el gobierno central, los gobiernos regionales y locales, deben priorizar la educación y no considerarlo como gasto público, sino como inversión pública, una gran inversión: en el futuro.
Nunca debemos olvidar que la educación es el principal factor de desarrollo de cualquier pueblo, de cualquier nación. Aristóteles, aquel legendario filósofo griego, no se equivocaba cuando decía: “la educación es un ornamento en la prosperidad y un refugio en la adversidad”; ciertamente, la educación no solo es una pieza clave en el desarrollo de todos nosotros cuando gozamos de cierta estabilidad, sino es una poderosa defensa cuando tengamos caos e inestabilidad.
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