De mal en peor
Tras la renuncia —por inepto y desinformado— del expremier Gustavo Adrianzén, resulta que la presidenta Dina Boluarte ha hecho lo que sí sabe hacer muy bien: profundizar el daño que su torpeza le causa a los peruanos, incorporando a ministros —cada cual más farolero y presumido— sin que reúnan las cualidades que requiere el cargo para el que han sido nombrados; y removiendo al único ministro que empezó a enderezar este barco escorado llamado Perú. Aunque quizá, precisamente por ello lo decidió licenciar, y sustituirlo por quien venía ejerciendo el puesto de ministro de Transportes y Comunicaciones, cuyo recuerdo a su paso por ese despacho deja sólo sinsabores, mediocridades y/o naderías.
Basta recordar los descuidos y la falta de sindéresis profesional del personal de la Torre de Control del aeropuerto Jorge Chávez, lo que produjo el accidente entre un vehículo de bomberos y un avión que iniciaba el decolaje. O también el apagón de luces de la —hasta entonces— única pista de aterrizaje, cuando Pérez Reyes responsabilizó a “la antigüedad del cableado de las instalaciones”. Preguntamos: ¿Por qué no solucionó ese problema, antes de que ocurriera lo inevitable?
Por otro lado, su omisión en reconstruir la vía férrea del Tren Lima-Pativilca, para evitar el colapso de la Carretera Norte, con el tránsito que originará el puerto Chancay. Evidentemente, el enroque de ministro de Transportes y Telecomunicaciones a ministro de Economía y Finanzas no augura buenos resultados. ¿Cómo destinar a una persona con tales antecedentes para que se encargue de las finanzas nacionales?
Tal vez los sofocos de Boluarte —provocados por su furor por viajar a El Vaticano y tomarse fotos con el Papa León XIV— hayan influido en aquella precipitación. Pero remover al ministro de Economía en ejercicio —el único con criterio y coraje suficiente, que plantó cara oponiéndose a concederle un centavo encima de esos US$ 8,500 millones ya quemados en la quebrada Petroperú, advirtiendo y denunciando las esotéricas finanzas de la petrolera estatal— implica no solo temeridad y desconocimiento, sino incluso mala intención por parte de Boluarte.
Los peruanos hemos tenido la desdicha de que, ad portas de deshacernos del golpista, comunista, tramposo Castillo, una improvisada Boluarte aceptase asumir la presidencia para lo cual nunca estuvo —ni estará— preparada. Pretender convocar a elecciones tras el golpe de Estado que perpetrara el hoy encarcelado sujeto implicaba un formidable riesgo. Paralelamente, el desgaste socioeconómico que ha soportado este país en estos tres años y medio de prueba y error —intentando que la señora Boluarte aprenda a gobernar— ha sido verdaderamente monumental.
Es evidente que en el Perú existe una cantera de personas capaces para ejercer cargos de responsabilidad en los gobiernos. El problema es que esos peruanos NO están dispuestos a arriesgar sus conocimientos —ni su prestigio— prestándose a ser manipulados por algún aspirante a aprendiz, junto con ministros de dudosa procedencia; la mayoría de los cuales alcanza un cociente de inteligencia ínfimo y, encima, con agenda política propia y principios éticos —así como profesionales— inexistentes y/o nefastos.
¿Algún día Dios se apiadará del Perú?
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