De cobardías y cabronadas
Somos, efectivamente, el país de las desconcertadas gentes que pendulamos entre la confusión absoluta y la cobardía más miserable, sin atrevernos a aceptar que el Perú está embrujado y que solo soluciones radicales podrán salvar lo último que queda de institucionalidad democrática.
Y es que no puede ser que justo un año después de haber sacado del mando a una rata como Pedro Castillo, estemos contemplando cómo los mismos izquierdistas y caviares que nos llevaron al desastre vuelven a dar un golpe de Estado para apoderarse de la Fiscalía, única institución civil que podía cambiar de rumbo a la nación.
Cómplices y cabrones nuestros políticos y sus aliados mercantilistas del siglo XIX dividieron a la patria entre coroneles que sus riquezas en catorce guerras civiles. Entonces no tuvimos mayor catarsis salvo colgar de los faroles a tres hermanos que se alucinaron caudillos.
Jamás castigamos a aquellos que nos traicionaron en la infausta guerra del Pacífico y permitieron que la bota chilena mancillara Lima. Al presidente Leguía, justo entre los justos, lo mal matamos en el panóptico sin reconocerle su grandeza de estadista. A lo largo del siglo XX nos sumamos al irracional odio antiaprista, nos ensañamos contra el reformismo belaundista y terminamos aplaudiendo a una dictadura velasquista madre de la subversión comunista que engendró décadas de terror. Con Morales apenas si nos salvamos de una absurda guerra con Chile.
Nos faltó mano firme para erradicar a las guerrillas del 65 y desmontar el armazón comunista que se levantó entre las décadas del 70 y del 80. Con 50 muertos bien matados oportunamente se hubiera parado el monstruo bicéfalo de Sendero y el MRTA, pero los dejamos avanzar hasta que las víctimas sumaron más de 60 mil. Paniagua abrió las puertas a la izquierda vendepatria que infiltró caviares en todo el Estado. Los dejamos avanzar en su socialismo cancerígeno. Desde allí nos impusieron a Toledo, Kuczynski, Humala, Vizcarra y Castillo, cuando en 2023 debimos exterminar no a 60 sino a miles de terroristas que buscan la división territorial de la patria.
Y a la caída de éste, cuando había posibilidad de hacer una razzia, desparasitar la administración pública y sacar la pus de la corrupción, desde la propia presidencia de la república y el Congreso hemos vuelto a sucumbir a las estratagemas caviares de ONG globalistas que de un mandoble nos arrebatan la Fiscalía de la Nación para volver a controlar al Estado y ocultar el acuerdo con Odebrecht, la mayor traición al Perú desde los contratos Dreyfuss.
Frente a esto solo nos quedan las soluciones democráticas pero radicales.
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