Darío y Verlaine
Rubén Darío, el gran renovador de la lírica española, nació en Metapa, Nicaragua, en enero de 1867 y murió en León en 1916. Con su libro Azul, publicado en 1988, inicia su itinerario con una connotación lírica que sería su principal característica y que le daría a la poesía de lengua española una nueva forma y esplendor.
Félix García Sarmiento -tal era su verdadero nombre- hace en Azul una declaración de modernismo. La novedad rítmica, unida a la sorpresa melódica, al cambio acompasado de la acentuación, a la estudiada disonancia, configuran un nuevo mensaje literario que se llega a plasmar en esta obra, catorce poemas agrupados en dos partes:
El Año Lírico y Sonetos Áureos. Azul es el libro más conocido de Darío. Pero no su poema más emblemático.
A Paul Verlaine, su "padre y maestro mágico" le escribe un responso que es historia en la literatura en lengua española. Elegía y canto fúnebre a la vez, repica como campanadas de duelo por el poeta del simbolismo.
"Que tu sepulcro cubra de flores Primavera/ que se humedezca el áspero hocico de la fiera/ de amor si pasa por allí;/ que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;/ que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne/ y de claveles de rubí.
Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo/ ahuyenten la negrura del pájaro protervo/ el dulce canto de cristal/ que Filomela vierta sobre tus tristes huesos/ o la armonía dulce de risas y de besos/ de culto oculto y florestal."
Cuando Darío cumplió quince años, su madre, de una acaudalada familia nicaragüense, le ofreció un regalo, el que quisiera.
Félix, el adolescente tímido, le pidió que la llevara a París para conocer a Verlaine. La madre asintió, por supuesto, y ambos emprendieron el viaje a la ciudad luz.
Llegados a París, preguntaron en su hotel en dónde le podían dar razón de la casa del poeta. El administrador les dijo: Verlaine pasa todo el día en una taberna del boulevard de Saint Jacques. Vayan con cuidado, acotó, ese no es un buen lugar para visitantes.
La madre y el hijo se dirigieron al boulevard. Efectivamente y tras una breve indagación, supieron que una de sus últimas tabernas era asiduamente frecuentada por el poeta. Desde la vieja puerta lo divisaron en una mesa, solo y doblado sobre ella. El muchacho había ensayado un saludo en francés y también una despedida de ese, para él, memorable encuentro. ¡Qué gloria conocerlo! concluyó, mientras el poeta, ebrio como siempre y que apenas había levantado la vista para observarlo le espetó. "¿La gloria? ¿la gloria?... basura en el corazón…"
Jorge.alania@gmail.com
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