Cumbres borrascosas
Hoy, viernes 15 de agosto, se realizará una cumbre de importancia mundial en Alaska, Estados Unidos, entre el presidente de ese país, Donald Trump, y el presidente ruso, Vladímir Putin. La agenda: poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania.
El lugar elegido es simbólico. Alaska fue territorio ruso hasta 1867, cuando el zar Alejandro II la vendió a los Estados Unidos por 7.2 millones de dólares, poniendo fin a una ocupación que databa del siglo XVIII. Así, el Imperio ruso —que entonces abarcaba Europa, Asia y América— se retiró del Nuevo Mundo. Recién en 1959, bajo la presidencia de Eisenhower, Alaska se convirtió en el 49.º estado de la Unión y el más grande del país.
A esta cumbre no han sido invitados ni Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, ni ningún líder europeo. Esto evidencia la escasa importancia que tiene la decadente Unión Europea para Estados Unidos y Rusia, actores centrales en este conflicto. La propuesta de Trump será, sin duda, un alto al fuego duradero, cediendo a Putin lo poco que ha logrado conquistar en la frontera ucraniana desde el inicio del conflicto, además de mantener Crimea, una península estratégica por la que Rusia ya luchó contra Francia e Inglaterra en el siglo XIX.
La estrategia de Putin, en cambio, será dilatar cualquier acuerdo de paz, buscando garantías de que Ucrania no ingresará a la OTAN —el verdadero origen del conflicto—, evitando así que la alianza llegue hasta las puertas de Rusia. En ese contexto, el líder ruso intentará avanzar lo más posible en territorio ucraniano para consolidar posiciones antes de cualquier tregua.
Sin el apoyo de Estados Unidos, Ucrania y Europa no tienen margen de maniobra. Pero Trump no quiere heredar una guerra que considera ajena, una carga de la administración Biden y de líderes como Macron, Von der Leyen y Kallas. Tampoco tiene compromiso alguno con Ucrania que justifique seguir gastando miles de millones de dólares que prefiere invertir en infraestructura para su país.
Si se logra la paz, sea en Alaska o en otro lugar, el único ganador será Trump. Zelenski perderá territorio y quedará políticamente debilitado. Europa mostrará su irrelevancia en asuntos globales, convertida en una amalgama de potencias en declive. Y Trump podrá dejar de ser el “guachimán” de la OTAN, como ya lo ha demostrado al forzar a sus miembros a elevar al 5% del PBI su gasto en defensa.
Putin, por su parte, deberá explicar a su pueblo por qué no logró hacerse con Ucrania, siendo una potencia militar. Algunos argumentan que aceptar su agresión sería legitimar la ruptura del orden internacional. ¿Pero cuál orden? Ese orden lo rompió Occidente en 1999, cuando Clinton y sus aliados, sin aval de la ONU, bombardearon Yugoslavia invocando una supuesta limpieza étnica en Kosovo. ¿Dónde están los cientos de miles de exterminados por Milosevic?
Finalmente, asombra el belicismo europeo y la paranoia de que Rusia invadirá toda Europa del Este. Es absurdo: eso significaría guerra nuclear y el fin del mundo. Los rusos no estaban locos en el siglo XX, ni lo están hoy. Esperemos, entonces, que en Alaska se dé el primer paso hacia el fin de esta guerra, que como toda guerra, es un baldón para la humanidad.
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