“Cuidadito, quien manda soy yo”
“Ustedes están acá gracias a que yo cerré el Congreso anterior y convoqué a elecciones sólo para evitar que el Apra y el Fujimorismo controlen el poder Legislativo. Así que me deben el puesto. Espero que no se equivoquen oponiéndose a mis decisiones. Ya saben las consecuencias”. Está imaginaria perorata habría sido el mensaje que “factualmente” quiso dar Vizcarra con su intimidante presencia en la entrega de credenciales. Vizcarra demostró su talante antidemocrático a los parlamentarios -que conforman otro poder del Estado- al ponerse por encima de todo y todos quienes conforman el aparato del Estado. Es más, demostrando su desprecio por la Constitución pocos días antes dijo: “Yo no soy jefe de Estado sino sólo jefe de gobierno”, contraviniendo el artículo 110 de la Carta. Sin embargo, esta vez Vizcarra quiso que este Parlamento se sintiera sometido a su talante mandón. Busca que el poder Legislativo sea una simple mesa de partes de palacio de gobierno, donde ingresen las iniciativas legislativas del poder Ejecutivo para un mero trámite burocrático de registro. Su propósito es que los legisladores hagan la pantomima de revisarlos. Pero los aprueben como llegaron de su despacho. Bajo condición alguna cambiar siquiera una coma, so pena de apelar inconstitucionalmente a una facultad de veto trajeada de ejercicio del derecho a exigir un voto de confianza. Ello, amable lector, es exclusividad de las autocracias. Resulta inadmisible que el poder Legislativo tenga que aprobar lo que quiere el Ejecutivo. El juego democrático consiste, precisamente, en lo contrario. Se fundamenta en que prevalezca un control entre los poderes del Estado. Cada cual a lo suyo. El Congreso promueve, debate y sanciona las leyes; el Ejecutivo las reglamenta y luego pone en vigor; y el Judicial supervisa que se cumplan las normas tal cual fueron aprobadas y reglamentadas respectivamente por los poderes Legislativo y Ejecutivo. Invadir los fueros de uno y otro poder estatal, por parte de un tercero es sin lugar a duda un golpe de Estado, porque transgrede el ordenamiento constitucional. No obstante, este principio lo incumple Vizcarra presumiblemente por desconocimiento de la Carta Magna. Como sucedió cuando, a voz en cuello, espetó un sonoro “yo no soy jefe de Estado”. Pero semejante ignorancia no le da derecho a hacer lo que le venga en gana. Como presidente de la nación su deber es conocer la Carta en toda su dimensión. Caso contrario, para todo efecto será un jefe de Estado espurio. Y cuidado que Vizcarra ya carga sobre sus hombros un golpe de Estado. El del 30 de setiembre cuando cerró de facto el Congreso. Golpe que validara un Tribunal Constitucional integrado por seis de siete tribunos con plazos vencidos, y demasiadas ganas de seguir aferrados al cargo.
Estamos advertidos. Vizcarra pretende tener un Congreso faldero. Sólo le interesa para guardar las apariencias. Tras la pantomima del viernes escondía el verdadero motivo de su -repetimos- intimidante presencia durante la ceremonia de entrega de credenciales a los hoy 130 congresistas electos. Y ese motivo fue advertirles “Cuidadito; quien manda soy yo”.