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¿Cuándo se debe renunciar?

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Fecha Publicación: 29/04/2024 - 21:30
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La crisis política en España por la eventual renuncia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha acabado con su anuncio de que seguirá al frente luego que se expusieran las denuncias contra su esposa por que habría incurrido en el delito de tráfico de influencias. En toda España hubo expectativa. Había quienes lo aguardaban con ansias y no será difícil imaginar que en ese grupo está toda la oposición política que se la tiene jurada: Partido Popular y Vox, principalmente, y también para quienes la decisión les cae como anillo al dedo o porque lo creen idóneo para el cargo, y allí está naturalmente el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los otros grupos de la izquierda española. Pero, ¿cuándo es que realmente debe renunciar un político? A mi juicio, solo hay dos escenarios relevantes para hacerlo: por dignidad o por vergüenza.

Cuando el canciller Raúl Porras Barrenechea volvió a Lima de su viaje a Costa Rica para participar en la VII Reunión Extraordinaria de Cancilleres, en que pronunció su histórico discurso, el 23 de agosto de 1960 buscando que haya un equilibrio entre los Estados Unidos de América que pedía la suspensión de la Cuba de Fidel Castro, ya con aires de haberse decidido por el sistema comunista de la época, y la irrestricta defensa del derecho internacional. Nadie fue a recibirlo al aeropuerto y pocos días después luego de entregar los diplomas que le fueron conferidos y juramentar a la primera promoción de la Academia Diplomática del Perú, renunció. Aprendí de Porras en la cancillería por mi maestro, el embajador Gonzalo Fernández Puyó, que trabajó con él.

Por eso, cuando el presidente Pedro Castillo publicó un tweet retrocediendo en todo lo que habíamos avanzado respecto de la inexistente autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática – RASD con la que se había decidido soberanamente romper cualquier tipo de vinculo político o diplomático, no lo pensé dos veces y también por dignidad, presente mi carta de renuncia irrevocable ante tremenda incoherencia. Por vergüenza lo hizo el presidente estadounidense, Richard Nixon, en 1970, luego de revelarse que miembros del partido demócrata fueron grabados en el complejo de oficinas de Watergate, y de conocerse que fue tramado en las altas esferas del poder, no le quedó más remedio que la renuncia antes de que fuera destituido.

Similar circunstancia le pasó al expresidente, Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), que tuvo muy poco margen para sortear una salida política en el Congreso donde su cabeza ya tenía precio al haberse desatado denuncias por sobornos y corrupción en su entorno más cercano. Pero hay quienes no renuncian porque no tienen dignidad ni vergüenza. En el fondo no les importa, porque no existe en ellos una escala de valores que conservar, tampoco les interesa lo que piensen los demás y lo más grave, no les pasa por la cabeza, ni por asomo, el legado o el pudor que para un hombre decente es tan importante como la vida misma. De hecho, suelen aferrarse al cargo y por conservarlo a cualquier precio, terminan convertidos en completos fantoches, títeres y monigotes. En esta columna no los referiré expresamente porque ustedes mis lectores y todos los que me siguen saben perfectamente de quienes se trata.

*Excanciller del Perú e Internacionalista

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