Cuando el crédito suma
En el Perú, acceder a crédito es hoy más fácil que nunca. Desde tarjetas ofrecidas por tiendas del sector retail —como parte de programas comerciales o convenios con entidades financieras— hasta un préstamo aprobado en segundos por una aplicación, millones de personas han encontrado en el crédito una herramienta para financiar consumo, cubrir emergencias o emprender. Este avance ha sido clave para la inclusión financiera. Pero con la masificación del crédito también surge una pregunta necesaria: ¿cómo garantizar que este acceso siga siendo útil y sostenible para ambas partes?
Según cifras del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), el crédito al sector privado representa actualmente cerca de un tercio del PBI, según el trimestre evaluado. Este indicador da cuenta de su peso en la economía, pero también invita a observar con atención su evolución. En contextos donde los ingresos no crecen al mismo ritmo que las obligaciones, es legítimo preguntarse por los límites del endeudamiento responsable. Aquí no se trata de restringir, sino de preservar la función del crédito como una herramienta útil, previsible y equilibrada.
El marco legal ya ofrece criterios para encaminar esa relación. El Código de Protección y Defensa del Consumidor reconoce principios como el deber de idoneidad, el deber de informar y el principio de buena fe. Pero estos no deben leerse como una carga unilateral. El consumidor también tiene un rol activo: informarse, evaluar su capacidad de pago y utilizar el crédito con criterio. Solo con participación de ambos lados es posible una relación jurídica sólida.
Por su parte, el proveedor financiero no solo entrega liquidez: asume un compromiso continuado con su cliente. Tiene más información, más experiencia técnica y mejores herramientas para anticipar riesgos. Esa posición, naturalmente más fuerte, conlleva responsabilidades. No hablamos de sobreprotección, sino de diligencia comercial. En relaciones con cierto grado de asimetría, actuar con profesionalismo es también una forma de competir bien.
Cuando ambas partes actúan de forma responsable, el crédito cumple su promesa. Reduce fricciones, fortalece la cartera y refuerza la confianza en el sistema. Pero esa ecuación solo funciona si el consumidor también se reconoce parte del acuerdo: lee, pregunta, decide con criterio. El derecho no exige certezas absolutas, pero sí relaciones basadas en información suficiente y expectativas razonables.
En suma, el crédito puede seguir abriendo oportunidades si se sostiene sobre reglas claras y decisiones bien informadas. No se trata de intervenir más, sino de mejorar cómo se contrata. Cuando proveedor y cliente se encuentran en condiciones de equilibrio, el crédito deja de ser un riesgo y se convierte —como debe ser— en una herramienta de desarrollo.
Por Gabriel Cayani Banda
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.