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Corrupción, el enemigo invisible del Perú

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Fecha Publicación: 03/07/2025 - 21:50
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¿Cuánto podríamos haber avanzado como país si viviéramos en una cultura ética y libre de corrupción? Esta pregunta, que interpela, no se enfoca exclusivamente en lo económico, sino también en el comportamiento de quienes ejercen poder, administran lo público o, desde su rol ciudadano, pactan con funcionarios para obtener beneficios mediante el soborno.
La ausencia de referentes bioéticos en el accionar de muchos causa enormes perjuicios a un país que soporta este flagelo. En el Perú se ha construido una tóxica cultura de corrupción que desvaloriza la conducta de las personas honestas y las ridiculiza bajo una visión pragmática de la vida. En este escenario, quienes obedecen la ley, pagan impuestos y no hurtan ni a personas ni instituciones, son burlados y llamados “soñadores”.
Urge aclarar que la corrupción no es solo el empresario con maletines de dinero o el funcionario que firma contratos sobrevalorados, asigna obras por comisiones o roba con proyectos inconclusos. Cuando se vuelve cultura, la corrupción se encarna en lo cotidiano, y muchas veces no la percibimos, pues sabe mimetizarse en la vida diaria.
Incluso en la transmisión de valores entre generaciones, algunos padres enseñan a sus hijos a ser “pragmáticos” y a buscar atajos para alcanzar sus fines, sin importar el precio. Hay quienes afirman que “este mundo es de los vivos” y se debe aprovechar cualquier oportunidad.
La corrupción también está en quien finge enfermedad para no trabajar, en el padre que gasta en diversión mientras debe dinero por asistencia familiar, en quien justifica que todos “roban”, en quien aplaude al “vivo” y se burla del honesto, o en quien critica la corrupción ajena, pero encubre la del familiar o correligionario.
Está también en frases como “mejor no te metas, así ha sido siempre”. Se suele justificar la corrupción con el hambre, pero hay quienes acumulan fortunas mediante inconductas. La corrupción no busca sobrevivencia, sino ambición y una obsesiva acumulación de patrimonio.
La honradez no depende del dinero que se tenga; nace de los valores inculcados en la escuela y el hogar. El poder no corrompe, revela quiénes somos. El problema no es solo que haya corruptos en el poder, sino que los dejamos estar por resignación o silencio, creyendo que el fin justifica los medios.
Así se ha construido parte de nuestra historia: con silencios, permisividad y pequeñas complicidades que normalizaron lo inaceptable. Ningún país se reconstruye con ética fracturada, ni puede sostener su futuro premiando la corrupción.
La lucha no es solo de políticos; también es de ciudadanos comunes que debemos hacer lo correcto incluso cuando nadie mire. Combatir la corrupción no es heroísmo: es decencia mínima. Es enseñar a un niño que ser honesto no es de tontos, sino de valientes.
Estamos cerca de elecciones nacionales. Podemos elegir políticos honestos y demostrar que la corrupción no define a la política. Esta se construye con cada decisión. Es momento de darle un nuevo rostro a la política peruana. La lucha contra la corrupción empieza con la dignidad, la conciencia y el ejemplo.

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