Copropolítica parlamentaria

Las últimas semanas nuestra política parece haber caído a lo más bajo. “Ampays”, dignos de programas de farándula, mostraron cómo congresistas de la república malutilizan fondos públicos para pagarse viajes de placer con sus presuntas parejas mientras supuestamente se encuentran en viajes de representación.
Esto pasa porque la coordinación entre congresistas de diferentes bancadas para contratar personas “cercanas” se ha convertido en una práctica parlamentaria común, como mecanismo para evadir indagaciones de la prensa, hecho que motivó que una congresista expresara que “no le está preguntando a su personal a quién se levanta”.
El mismo congresista “ampayado”, presuntamente, también vulneró el código de ética de la función pública al utilizar recursos del Estado en actos proselitistas para formar su propio movimiento político, en el contexto de una guerra sin cuartel en su partido político, en el cual ya le iniciaron un proceso de expulsión luego de haber mancillado una y otra vez el legado de su fundador.
Hace unos días, el congresista José Cueto, denunciaba en medios de comunicación, que un gran porcentaje de parlamentarios no asisten a los plenos ni a desempeñar sus funciones, pues se la pasan realizando actos proselitistas al interior del país, debido a que ya se encuentran en campaña electoral, pues aspiran a convertirse en los próximos senadores de la república; claramente, aprovechándose de los recursos públicos que costeamos todos los peruanos.
Es necesario recordar que este año el Congreso de la República cuenta con un presupuesto de más de mil millones de soles, que, al parecer, se utilizan para contratar una gran cantidad de personal innecesario y pagar gollerías que nada tienen que ver con las funciones parlamentarias de legislar, fiscalizar y representar.
Lamentablemente, todo indica que la política peruana ha llegado a su peor momento. El lumpen, lo peor de nuestra sociedad, la purulencia personificada, parece ser lo que hoy nos representa en los fueros oficiales y nuestra sociedad no parece capaz de enfrentar este cáncer que se alimenta de los fondos públicos de manera impune.
En este contexto, resulta impensable que el tener dos cámaras dentro del Congreso de la República asegure la idoneidad de nuestros representantes. Debido a esto, no es extraño que el desprestigio de la democracia sea alto y que muchos peruanos no vean con malos ojos la posibilidad de que un gobierno autoritario reemplace el modelo de democracia representativa que hoy configura la política peruana.
Es cierto que nuestra política siempre ha tenido malos elementos que desprestigian la función pública, y que definitivamente podemos encontrar personalidades probas, quienes hacen lo posible por defender el estado derecho y la democracia, sin embargo, el nivel al que se ha llegado resulta lesivo para la sociedad en su conjunto, y resulta más que obvio el que se necesitan mecanismos que permitan expectorar a los malos elementos de la política, mecanismos que deben estar por encima de las posibilidades de la negociación política, en la cual cada voto cuenta, hecho por el cual los malos políticos tienen posibilidad de superar cualquier falta o delito que cometan, en la medida en que puedan inclinar la balanza del poder para uno u otro lado.
A pesar de lo que muchos piensan, esto no se debe exclusivamente a que el ejecutivo se encuentra subyugado al poder del parlamento, ni que el poder político se haya desconfigurado luego de la caída de PPK el 2018, lo que trajo como consecuencia la crisis de representación a la que hoy nos enfrentamos, sino que la misma configuración actual del poder ha sido copado por estructuras clientelares que lo último que buscan es representar a la sociedad, y más bien están interesadas en aprovechar los cargos públicos para enriquecerse a expensas del trabajo de todos los peruanos.
Es posible que el planteamiento de una renovación por tercios del Congreso de la República contribuya a mejorar la situación, sin embargo, dadas las condiciones, puede que resulte insuficiente.

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