Contumaces
Solo algunos ingenuos se sorprendieron cuando una comisión del Congreso evadió su deber de sancionar como se merecían a dos parlamentarias “roba sueldos”. Si la mayoría está involucrada en esa clase de delitos, u otros peores, es obvio que se tienen que proteger entre ellos.
Son contumaces, se creen –o saben– impunes y les importa un comino la opinión pública, sus cándidos (o perversos) electores que los llevaron a donde están.
Simultáneamente el Congreso aprobó retornar a la bicameralidad, es decir, crear nuevamente el Senado, aunque como no tuvo los votos suficientes tendría que pasar por un referéndum.
Restituir el Senado, en teoría no es una mala idea, pero en el contexto actual serviría de muy poco. Es muy probable que los ciudadanos favorecerían con su voto a muchos ignorantes y delincuentes iguales o peores que los actuales.
El asunto es que los electores tienden a votar mal y a dejarse arrastrar por los demagogos si es que se les da la opción de hacerlo. Esto lo sabían muy bien los Padres Fundadores de la República norteamericana y por eso trataron de limitar las opciones.
Ellos partían de una constatación: “Los hombres son ambiciosos, vengativos y rapaces. (…) las pasiones momentáneas y el interés inmediato, tienen un poder más activo e imperioso sobre la conducta humana que las consideraciones generales y remotas de prudencia, utilidad o justicia.” (Alexander Hamilton, “El Federalista” VI).
Y añade que las asambleas populares –o para tal caso, las elecciones– están “sujetas con frecuencia a impulsos de ira, resentimiento, envidia, avaricia y de otras irregulares y violentas inclinaciones”. Y “a menudo sus decisiones se hallan a merced de algunos individuos que gozan de su confianza, y evidentemente expuestas a compartir las pasiones y puntos de vista de dichos individuos”.
Por eso establecieron un mecanismo que limitara las opciones del pueblo para elegir al presidente, una elección indirecta a través del Colegio Electoral, donde ésta “fuera hecha por los hombres más capaces de analizar las cualidades que es conveniente poseer para ese puesto”, es decir, una minoría selecta. (“El Federalista” LXVIII).
Cuando ese sistema del Colegio Electoral degeneró y dejó de ser un filtro eficiente, fue reemplazado por la cúpula de los partidos políticos (solo dos en un sistema bipartidista), que tamizaban y limitaban las opciones a los ciudadanos.
Como dicen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, la verdadera protección de la República “no ha sido el firme compromiso de los estadounidenses con la democracia, sino más bien el papel de sus guardianes: los partidos políticos del país”. Pero ese sistema también está degenerando, dicen los autores, por el aumento de la participación del público en las primarias de los partidos. (“¿Cómo mueren las democracias?”).
En el Perú, donde los electores tienden a votar especialmente mal, con más de veinte partidos, la mayoría dirigidos por aprovechadores y delincuentes, no hay manera de reformar la democracia fallida. Se requieren soluciones radicales para limpiar el terreno.
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