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¿Congresistas o representantes?

Fecha Publicación: 23/03/2019 - 21:30
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El actual Congreso de la República está enredado en un escándalo porque pareciera que son varios los parlamentarios que han hecho uso y abuso de los llamados “gastos de representación”. Una cantidad de dinero que siempre tuvo que sustentarse con documentos, porque se consignan estrictamente para que se empleen en viajes dentro del país y otros que conllevan la labor del contacto con los ciudadanos, fuera de la capital, o al menos ese fue el espíritu inicial.

El Congreso, durante un tiempo, tenía incluso oficinas fuera de Lima, para que los parlamentarios de las distintas regiones pudieran atender ahí a los ciudadanos que no podían viajar para exponer su problemática a su representante, por resultarles demasiado caro, en tiempo y en dinero. De esta manera, los fines de semana eran atendidos en esas oficinas descentralizadas.

Este rubro era justificable también para que el congresista pudiera realizar audiencias públicas en su región o en las distintas regiones del país; así se aseguraba la representación nacional que el borrador de las leyes que presentaba fuera conocido por los interesados y, asimismo, recibieran sus aportes y sus críticas. Tal vez no en todos los casos, pero sí en leyes importantes como fue el caso de la Ley del Ambiente y la Ecología, por ejemplo.

En otras ocasiones, las audiencias públicas se realizaban para difundir el contenido de las nuevas leyes y, en no pocas ocasiones, asistía también el ministro del sector, quien recogía importantes insumos para elaborar el reglamento de determinadas leyes. La población, por su parte, se sentía escuchada en estos actos de participación ciudadana que muchas veces eran multitudinarios.

Sin embargo, con el paso del tiempo eran cada vez menos los congresistas que atendían en las oficinas de provincias; las oficinas, como lo comprobó Fiscalización del Congreso, se llegaron a usar para fines personales y hasta inconfesables, por parte de asistentes o de los mismos parlamentarios.

Lo mismo pasó con los gastos de representación. No fueron pocos los que en distintos períodos entregaban boletas falsas o simplemente no las entregaban. Así surgió el famoso apelativo de “come pollo” para un congresista que justificaba estos gastos con boletas o facturas de una pollería -por cantidades tales- como si fuera el único cliente del establecimiento en todo el año.

Ahora, como hemos visto y escuchado en los medios, la “justificación” de muchos congresistas para no dar cuentas de estos “gastos de representación” con boletas e informes es que lo gastan en lo que sea, porque como tales son “representantes” y siempre están ejerciendo esta función. Una falacia total porque, por obvias razones, no siempre o más bien pocas veces, están en contacto con el ciudadano de a pie.

Si fuera así, el Congreso acertaría mucho más o, por lo menos, muchos más de sus miembros tendrían un comportamiento cabal, honorable y honesto; muy distinto a lo que se descubre día a día. Nuestros representantes son más sensibles a lobbies debajo de la mesa y, sobre todo, a aquellos lobbies de los que pueden obtener alguito o muchas ganancias económicas o de poder: “¿Cómo es la nuez?”

Tal vez, lo de llamarse “congresistas” les ha hecho olvidar que si bien deben legislar y ejercer el control político del gobierno, son miembros del Parlamento solo en razón de que son representantes del pueblo, de ese pueblo que los ha elegido mediante votación democrática.