Con ustedes y por ustedes
Colegas abogados: Vengo, ante todo, a agradecer el honor que me han conferido al haberme elegido como el representante de nuestra noble y bicentenaria orden ante el supremo tribunal electoral de nuestro país.
El camino no ha sido nada fácil, debimos sortear una serie de dificultades, lo que nos sirvió para tomar conciencia de que sin el apoyo incondicional de ustedes, la meta no se habría conseguido. Ustedes me orientaron no solo en dirección de la meta, sino que estuvieron dándome el aliento y la confianza; les reitero mi amistad, la misma que -como valor- se constituye en la razón de ser de una vida llena de paz y armonía.
Cuando elegimos nuestra profesión sabíamos que iniciábamos el incansable transitar por el camino del derecho en búsqueda de la incansable justicia, pilar fundamental de la vida en sociedad, a la que hemos jurado defender hasta con nuestras vidas. Los antiguos filósofos griegos entendían a la justicia como una virtud dedicada a que cada cosa cumpliera, de la mejor manera posible, su propia función en el mundo; era la mayor de las cuatro virtudes y sólo podía conseguirse practicando las otras tres: la prudencia, el valor y la templanza; la práctica de estas virtudes son el soporte de la armonía de nuestra civilización.
De Grecia a Roma y de Roma a la historia, nuestra vocación ha resguardado a la justicia como la piedra angular de nuestra civilización construida sobre la intuición de que sólo cumpliendo con lo que el mundo espera de nosotros, en el uso pleno de nuestra libertad, podemos garantizar la paz que garantice la finalidad de la humanidad, donde el ser humano tiene los ojos puestos en el infinito y crea cultura y bienes para sus semejantes.
La justicia es importante e importante es nuestra tarea, razón por la cual buscamos el sentido general de nuestra propia naturaleza humana; la ley, en torno a la justicia, es la vida que define dentro de sus propios límites el alcance que el intelecto social logra tener de lo justo, de la esencia de cada persona y cada acción en bien de los demás.
El ejercicio del derecho requiere de amor a la justicia y a la ley; pero nadie ama lo que no conoce y conocer es mucho más que ser testigo neutral, es adentrarse en una relación, comprometerse con una causa y entender que parte fundamental de nuestra vida debe consistir en pensar disciplinadamente en la medida en que este compromiso adquiere carácter en nuestros quehaceres.
Como profesionales del derecho, estamos obligados a dedicarnos a vivir la justicia en la plenitud de una práctica meditada a cada paso que damos; no podemos caer en la tibieza de un cumplimiento apático de nuestras labores, pues de nosotros depende que cada hombre de y reciba lo que su dignidad merece; debemos trascender el límite de nuestras funciones cuando se trate de combatir contra las tropelías del poder, no hemos nacido para servir a los poderosos sino a los hombres independientemente de sus condiciones.
Nosotros debemos acudir al permanente llamado de la justicia sin temor a la persecución ni a la calumnia, jamás hipotequemos nuestro buen nombre al chantaje de quienes maquinan un mundo sostenido de mentiras y agravios, venguemos a nuestros enemigos con la confirmación más explícita de nuestra honestidad.
Aprovechemos la ocasión para renovar con orgullo nuestro compromiso por una sociedad más justa para todos; de esta manera caminaremos por la vida con la frente en alto, sabiendo que hemos librado y seguimos librando la más antigua de las batallas: la lucha entre el bien y el mal, entre la verdad y la calumnia, entre la justicia y la injusticia. ¡Unidos venceremos!
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