¡¿Cómo llegamos a esto?!
Las grandes mayorías –así como las elites que se supone existen a fin de orientarlas y a la vez, gobernarlas–, parecen ajenas al maremágnum en que se encuentra el país. Al menos, esa es la sensación que transmiten, al actuar como si estuviesen viviendo en Suiza. No se escucha y tampoco se lee –menos todavía trasciende– preocupación alguna, a la altura de circunstancias tan graves como en las que está envuelta esta nación desde hace trece años, cuando Ollanta Humala ingresa a la presidencia de la República. Consiguió hacerlo respaldado por el escritor y político Mario Vargas Llosa; también por el expresidente Alejandro Toledo, hoy procesado por corrupción. La consigna entre la élite de aquellos momentos era votar por cualquier candidato, menos por Keiko Fujimori. “Votaré por Humala sin alegría y con muchos temores”, manifestaba el escritor. Días más tarde, Humala suscribiría un documento titulado “Compromiso por la Democracia” delante, entre otros, del inefable Gustavo Gorriti, uno de los grandes culpables de la actual crisis monumental en que se encuentra el país; asimismo del fiscal Guillén, quien acusó a Alberto Fujimori frente al juez San Martín; también de Yehude Simon (primero condenado y preso por terrorismo; luego imputado y procesado por corrupción). Allí se proyectó un video enviado por Mario Vargas Llosa reiterando su firme apoyo a Ollanta Humala, actualmente imputado y procesado por corrupción. Estas fueron sus palabras: “Creo que este juramento y su plan de gobierno, rectificado, deberían desvanecer todas las dudas que aún persisten en quienes aún no han decidido su voto. Yo los exhorto a votar por Ollanta Humala para defender la democracia en Perú y evitar el escarnio de una nueva dictadura.” A la luz de los hechos, aquellas palabras del escritor no se condicen con la realidad. Haciendo un recuento del “trabajo” de aquellos siete mandatarios que, sin empacho alguno, gobernaron envueltos en escándalos de corrupción –acusados por una fiscalía podrida manipulada por Gorriti; imputados, todavía no procesados, por jueces cobardes sometidos a una JNJ prostituida– vemos que la democracia peruana atraviesa por uno de los momentos más desastrosos de su historia.
Forzado por ello, Perú entró al túnel del socialismo criollo que, una década después, se consolidaba con el triunfo de Pedro Castillo. Indefectiblemente esa década marca el origen del desastre en que está la nación. Empezando por la ausencia de políticos con enjundia, amor por su patria y sapiencia indispensable para gobernar. A año y medio de elecciones generales, veamos cómo está el país: Antauro Humala lidera las preferencias; la economía en estado catatónico; la gente sin trabajo ni dinero; un ministro que quebró el compromiso de respetar los topes del déficit fiscal y rehúsa echar a andar las trascendentes inversiones que necesita el Perú –la minería–; una presidenta que no sabe dónde está parada, rodeada de “ministros” que, salvo uno que otro, tampoco saben qué hacer, pero suficiente que sean rosaditos para que prolonguen la consigna destructiva del Perú. Y siguen firmas. ¡La lista completa de los yerros de nuestros “demócratas” ocuparía media edición de este periódico!
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