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China se enriquece mientras el pueblo aguarda

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Fecha Publicación: 04/05/2025 - 21:30
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Pocas economías han mostrado una expansión comercial como China en las últimas décadas. Desde su ingreso a la Organización Mundial del Comercio en 2001, se consolidó como la “fábrica del mundo”, acumulando enormes superávits comerciales, exportando más de lo que importa. Pero este fenómeno genera una paradoja: si China gana tanto, ¿por qué su población vive con estándares muy por debajo de las economías avanzadas? ¿Dónde va toda esa riqueza?
La respuesta está en la arquitectura financiera china, una estructura donde el control estatal absoluto reemplaza las reglas de mercado y las prioridades del Partido Comunista Chino (PCCh) no se alinean con las necesidades de su población. En las economías liberales, los ingresos del comercio suelen traducirse en mayor consumo, infraestructura social o transferencias públicas. El sistema chino está construido sobre una lógica de “acumulación” dirigida por el poder central. Los beneficios del comercio no se reparten; se canalizan hacia organismos estatales, fondos controlados del gobierno y empresas públicas. La prioridad no es enriquecer a la población, sino fortalecer al Estado.
El modelo de crecimiento chino, exitoso en sus primeras etapas, se basa en: exportación, inversión estatal y control financiero. La prioridad nunca fue el consumo, sino la eficiencia productiva y la expansión industrial. De hecho, el consumo privado representa apenas un 38 % del PIB, bajísimo porcentaje comparado con Estados Unidos, que supera el 65 %. Las familias chinas, especialmente en zonas rurales, enfrentan bajos salarios, escasa seguridad social y barreras estructurales que limitan el acceso a servicios básicos y la migración de una provincia a otra. El diseño institucional chino no permite trasladar el superávit al consumo interno.
El sistema financiero chino, dominado por bancos estatales, presta a grandes conglomerados o proyectos establecidos en los programas estatales, donde las provincias deben cumplir objetivos estratégicos. El capital no fluye hacia pequeñas empresas innovadoras o ciudadanos comunes, sino hacia infraestructura pesada, expansión internacional o tecnología militar-industrial. El Banco Popular de China, brazo financiero del Partido, invierte el enorme superávit comercial en bonos del Tesoro estadounidense, activos europeos, oro o depósitos del fondo soberano: China Investment Corporation (CIC).
Lejos de ofrecer bienestar social, los fondos se usan para afianzar la influencia geopolítica, adquisiciones estratégicas en el exterior, la Iniciativa de la Franja y la Ruta o empresas tecnológicas clave. Por ello, el ciudadano no goza la bonanza china, ya que el Estado captura los beneficios, priorizando la competitividad industrial y postergando el gasto social. El objetivo es la supremacía del Partido sobre la sociedad, fortaleciendo el control político.
China enfrenta tensiones internas por la creciente desigualdad, estancamiento salarial en zonas rurales y falta de servicios públicos, generando presión constante. Beijing lo sabe, pero reorientar su economía hacia un modelo “dual”, buscando mayor demanda interna, exige reformas profundas: liberalizar el crédito, redistribuir ingresos, reducir el poder de los conglomerados estatales y relajar parte del control centralizado; medidas que no encajan con la lógica del PCCh.
China es una potencia comercial con rostro autoritario. El sistema no está diseñado para redistribuir, sino consolidar. Sus finanzas no circulan entre consumidores, sino entre instituciones del poder. Sus excedentes no financian el bienestar, sino el proyecto geopolítico de una nación que aspira a ser rica y hegemónica. Mientras tanto, cientos de millones de ciudadanos chinos esperan que la riqueza acumulada algún día se traduzca en prosperidad compartida.

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