César Calvo de Araujo (padre)...
Todos repetimos constantemente la sentencia dictada por Jesucristo en Nazaret de donde era originario y cuya población no creía en su origen divino porque conocían a su familia, lo vieron crecer y trabajar junto a José, entre otras razones, dando lugar a que expresara que “nadie es profeta en su tierra”.
Cursaba el cuarto año de secundaria en la entonces Gran Unidad Escolar “Faustino Maldonado” de Pucallpa, cuando transitando por cierta calle donde se ubicaba un cafetín con mesitas en la zona adyacente a la vereda, veíamos a un señor ya mayor, menudito y con aires y maneras pausadas propias de alguien erudito y culto, con una eterna pipa abocado a la lectura de los periódicos que se vendían en el quiosco de la esquina o conversando amenamente con personas vinculadas a él, quién, por esa imagen poco común en la zona, produjo en nosotros una sana curiosidad incentivada por la mención que todos hacían de don César Calvo de Araujo (padre) como un gran pintor, muy famoso en Colombia en donde presentaba sus obras, pero desconocido en el Perú.
Averiguando más sobre él tomamos conocimiento que tenía por costumbre internarse en la selva hacia los asentamientos de comunidades nativas en donde, al mejor estilo de Paul Gauguin en Tahití, reproducía en sus cuadros el costumbrismo, imágenes del día a día y la interacción e integración entre los nativos y su entorno selvático. En ese entonces se nos dijo que estaba en Pucallpa porque su centro de actividad era una comunidad nativa asentada al interior de la quebrada de Utuquinía, no muy lejos de la tierra colorada.
Por esa época, tal vez motivado por sus vivencias con los nativos y percibiendo un futuro de deforestación y depredación de la fauna silvestre en la selva, publicó un libro futurista con el título “El Paiche” cuyo único ejemplar que traje conmigo a esta capital desapareció en manos de tantos amigos que lo pedían prestado para conocer una zona que jamás les había interesado ver. Luego de un tiempo busqué en todas las librerías de Lima y Pucallpa pero nadie sabía de aquel enigmático libro.
Recién cuando ya en los noventa viajé a Iquitos pude encontrar y apreciar tres cuadros muy grandes colgados en las paredes del salón de recepción del gran hotel de turistas en donde se mantuvieron por más o menos diez años para luego desaparecer sin que nadie tuviera explicación alguna de su destino.
En una oportunidad, sin conocerlo y de casualidad, me encontré en un café con el poeta Antonio Cisneros quien había sido galardonado con un importante premio por la Embajada de Francia. Hablamos de muchos temas y mencionó que el poeta César Calvo quien había fallecido, era hijo del pintor del mismo nombre y que lo que más le llamaba la atención de la selva era que no existía lucha de clases porque en sus ciudades no vio nunca barrios residenciales…, lo cierto es que también nos hemos olvidado de estos dos grandes poetas.
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