Cervantes: el Quijote de su vida
Yo soy yo y mi circunstancia, dijo el gran filósofo español José Ortega y Gasset. Y si no la salvo a ella, no me salvo yo, añadió. Cervantes fue Cervantes y su circunstancia fue su personaje, El Quijote de la Mancha. Y ambos se salvaron, puesto que ambos – uno en la realidad y el otro en la ficción– fueron maltratados por la vida, pero aun así nunca se quejaron ni la maldijeron, tal y como en alguno de sus textos lo señaló el filósofo Nietzsche.
Muy poco es lo que sabemos de la existencia de Cervantes. Estuvo en Italia y en Argel. Tuvo una hija con una humilde mujer de su comarca. Después se casó y se separó al año. Fue a la cárcel por estafa. Cuando se retrató en uno de sus prólogos, señaló que era blanco y desdentado. Tal vez se hirió en un brazo en alguna batalla. Nada más.
Sin embargo, entre él y su personaje, hay una complicidad vital que conmueve y enaltece. Pisaron los mismos caminos y se embriagaron en las mismas tabernas. Se ilusionaron con un amor y por ese amor casi enloquecieron. Pese a sus peripecias y desventuras, no se quejaron con nadie ni de nada. Vivieron su circunstancia con dignidad y a la hora del dolor y de la prueba actuaron como un famoso predicador de Galilea.
Cervantes y El Quijote estaban lo suficientemente cuerdos como para entender y hacerse un modesto lugar en las ciudades que habitaron, y lo suficientemente locos como para entender que ese lugar era el de sus vidas y que aún con todas sus precariedades, allí podían ser felices.
No tuvieron suerte con las mujeres que es una manera de decir que el amor les quedaba lejos. Ellos aspiraban a la locura de la entrega total que sólo concluye con la inmolación de sí mismos. Por esa fijación enfermiza de sus espíritus, vivieron en soledad acompañados de sus fantasmas que a veces tenían la forma de pequeñas batallas y en otras, de molinos de viento.
La crónica de la vida de Cervantes podía empezar con las palabras con las que empieza la crónica de la vida del Quijote: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.”
Uno frente al otro, pero cada cual en su dimensión desconocida.
Sobre el perfil psiquiátrico del Quijote –y el de su alter ego creador, Miguel de Cervantes– se han hecho múltiples diagnósticos: trastorno bipolar, trastorno ezquizoafectivo, mitomanía histérica, parafrenia fantástica, psicosis pasional, trastorno delirante, paranoia crónica y hasta demencia de los cuerpos de Lewis. Tengo para mí que solamente era un loco que hacía cosas cuerdas o un cuerdo que hacía cosas locas. Cervantes les responde a todos: “De ese modo no es cordura/ querer curar la pasión/ cuando los remedios son/ muerte, mudanza y locura”.
Jorge.alania@gmail.com
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