Castillo y la democracia
En la columna de la semana pasada mostramos la forma en que debe actuarse para ganar una guerra utilizando todos los mecanismos posibles para destruir la fuerza moral del rival, sin importar en un primer momento la debilidad moral que puede defenderse con la propaganda mediante los medios de comunicación.
Para nadie es ya un secreto que el profesor, como presidente, jamás tuvo como objetivo la gobernabilidad y buena gobernanza del país, sino que, por mandato del Partido Comunista Marxista Leninista Mariateguista, su tarea era y es la captura del poder vía la destrucción de las instituciones para instaurar un régimen totalitario como el cubano, venezolano y nicaragüense.
Los peruanos que, leyendo el plan de gobierno de Perú Libre y analizando los discursos del profesor Castillo, veíamos objetivamente sus relaciones con los sectores más antidemocráticos y violentos, llegamos a la conclusión que no se le debía conceder tregua alguna desde su toma de mando si es que no queríamos perder nuestras libertades y la democracia que tanto tiempo tardó en mantenerse como tal durante más de veinte años, con sucesivas elecciones cuyos resultados mostraron un desconcierto popular, instigado por el grupo más rosado del marxismo denominado “caviar”, porque cada gobierno elegido iba resultando más corrupto que sus antecesores.
Cuando se completó la demolición moral de la imagen de los últimos gobernantes que en fila india van camino a prisión por la ruta de un mundo de procesos penales, el vacío comenzó a llenarse con la prédica alternativa de requerirse de alguien ajeno a ese escenario, cuya honestidad estuviera blindada por sus virtudes, estilo de vida y origen social.
Mucha gente creyó en esta lógica simplista y vio en el profesor Castillo la gran alternativa sin mirar sus antecedentes, su entorno y sus vinculaciones con sectores radicales de la ultraizquierda entre los cuales la honradez nunca fue una de sus mayores virtudes. Ese negarse a ver lo evidente nos ha llevado a la situación actual en el cual, el costo que tendremos que pagar será muy alto.
Reiteramos que nunca creímos que le sería tan fácil al Gobierno el control del Congreso para asegurarse que jamás la oposición contaría con los votos suficientes ni para vacarlo ni para levantarle la inmunidad del Presidente y sus ministros ni el sometimiento y humillación de nuestros militares y policías.
La única salida inmediata es que el procesamiento y detenciones de todo el entorno corrupto del Presidente termine por desacreditarlo en tal medida que la población le exprese públicamente su rechazo por donde vaya y el cerco lo aprete tanto que todos aquellos que se adhirieron por migajas de corrupción en el Congreso, en las FFAA y Policiales y otras entidades, se aparten y procuren salvarse de la ignominia pública y la futura sanción penal que les espera.
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