Cada vida vale, ninguna más que otra
El gobierno de Israel anunció la decisión de ocupar Gaza como estrategia para derrotar a Hamas y rescatar a los secuestrados. Ofensiva en una guerra que sigue escalando, con muertes, heridas abiertas y un clima global de enfrentamiento e intolerancia.
La Liga Árabe, con Arabia Saudita, Egipto, Qatar y la Unión Europea, presentaron una iniciativa para fortalecer a la Autoridad Palestina bajo supervisión internacional, como transición en Gaza. Señalaron a Hamas como obstáculo para la paz, proponiendo su desarme, abandonar el control de Gaza, liberando a los rehenes; pero Hamas no cedió.
Países como Francia, Reino Unido y Canadá plantearon reconocer el Estado palestino, que la Autoridad Palestina recuperara el control en Gaza, derrocado hace dos décadas. Macron exigió la desmilitarización de Hamas, pero ¿enviaría tropas para lograrlo? Sin planes para modificar el statu quo, Hamas presume la victoria.
Ghazi Hamad, portavoz de Hamas, celebró que la masacre forzara al mundo a tomar en serio la causa palestina, recompensando la violencia. Pero Hamas seguiría controlando Gaza y la Autoridad Palestina atrapada en la corrupción, seguiría sin poder. La desconexión entre diplomacia y realidad perpetúa el conflicto en una nación dividida.
En 2023, Emmanuel Macron propuso “construir una coalición internacional para luchar contra la amenaza terrorista”, reactivando la alianza que combatió al Estado Islámico. Reconoció que Israel no debía enfrentar en solitario el terrorismo transnacional. Pero luego giró su posición pidiendo un alto al fuego incondicional. Así, una posible respuesta coordinada, se transformó en tragedia.
La Corte Penal Internacional y la ONU se convirtieron en actores políticos, con órdenes de arresto y condenas como herramientas de “lawfare”, desvirtuando la justicia. Sus acciones, semanas después de la masacre, fueron combustible para la polarización. No obstante, Israel debe responder por sus acciones en Gaza y crímenes de guerra, su legitimidad como democracia dependerá de su capacidad para rendir cuentas, incluso durante la guerra.
Las operaciones militares de Israel, con alto costo humano no ofrecerán paz. Premiar con legitimidad a organizaciones armadas que instrumentalizan a la población, tampoco. Esta espiral castiga a palestinos y judíos víctimas de un conflicto que no comenzaron, no controlan, heredado de generaciones anteriores. Aprendieron a odiar, desconfiar y temer, explicando su dolor con la existencia del otro. La seguridad de uno no puede lograrse a costa de la seguridad del otro, verdad que debe ser reconocida para lograr la paz.
Cada vida vale, ninguna más que otra. Ambos pueblos aman a sus hijos, lloran a sus muertos, pero la guerra sigue y las lágrimas parecen no importar. Combaten con lógica de destrucción, seres humanos como moneda de cambio. Dios es el pretexto, el poder la causa y los pueblos carne de cañón.
No se puede ignorar que Hamas utiliza el fanatismo religioso para justificar secuestros, atentados y escudos humanos. Tampoco se puede negar que sectores extremistas del gobierno israelí apelan a convicciones religiosas impulsando el control territorial más allá de sus fronteras.
La ausencia de propuestas desdibuja la justicia internacional con extremismo. El odio y el fanatismo se globaliza con atentados antisemitas, islamofobia, ocupación como supuesto derecho, polarización en universidades o marchas con consignas. Lo que no se evitó en Gaza, se esparce por el mundo.
La paz no es la concesión de un solo bando, es un pacto de supervivencia mutua donde la seguridad, dignidad y seguridad debe aplicarse para todos, valorando cada vida por igual.
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