Cada ser humano tiene su forma de percibir la vida
La expresión de una persona refleja lo que lleva dentro de sí. No hay más realidad que aquella que cargamos en nuestro interior, condicionada por la educación que recibimos, las experiencias —buenas o malas— y la relación con nuestros padres (si los tuvimos), o con las personas de quienes dependimos afectivamente.
Percibir la vida es un proceso de aprendizaje continuo, en el que vamos internalizando una forma de ver el mundo, ya sea con una mentalidad abierta o rígida. La cultura, la sociedad, las experiencias personales, las relaciones humanas, los viajes, el conocimiento de idiomas y la capacidad para resolver situaciones complejas son factores que moldean esa percepción. También es parte del proceso saber resignarse cuando ya se han agotado otras alternativas, en busca de tranquilidad y paz interior.
Voy a compartir algunos casos que reflejan cómo la percepción y el aprendizaje influyen en la vida.
Uno de ellos es el de un hombre que se dedicó toda su vida al transporte público. Sus hijos, al principio, siguieron sus pasos porque parecía una forma fácil de ganar dinero. Sin embargo, este padre había estudiado educación, contabilidad técnica y derecho. Los hijos, al observar ese ejemplo, decidieron también estudiar. Hoy son profesionales, porque entendieron que ser chofer no les daría las satisfacciones personales ni económicas que buscaban. Su percepción fue más allá de una actividad mecánica: buscaron una realización intelectual.
Otro ejemplo es el de una familia donde el bisabuelo, el abuelo, los hijos y los nietos son abogados. Esta vocación fue heredada, pero también cultivada con valores. El objetivo era siempre defender la verdad y, en caso de no tenerla, reconocer el error y enmendarlo. El abuelo solía decir: “Nunca le pidas a un juez algo que no está en el expediente para dilatar el proceso. No se sientan menos ni más que un juez: ambos son abogados, y su deber es defender los derechos de quienes no tienen voz. La función del juez es darle la razón a quien la tiene”.
También recuerdo el caso de una familia de médicos. Padres, hijos, hermanos y nietos trabajaban juntos en una clínica. Con el tiempo, cada uno eligió su especialidad según dónde se sentía más útil. Algunos se inclinaron por la psiquiatría, la psicología o la neurología. Esta vocación surgió del ejemplo familiar, que priorizaba escuchar al paciente, comprenderlo y aliviar su dolor.
En una familia de maestros, todos eligieron esta noble profesión. Para ellos, transmitir conocimiento y abrir la mente de sus alumnos era una gran satisfacción. Valoraban el debate y aprendían de sus estudiantes, a diferencia de otros docentes que no aceptan críticas. El verdadero maestro es tolerante y entiende que el intercambio de ideas fortalece el conocimiento.
Finalmente, en una familia de policías, la mayoría siguió esa vocación. Consideran que su misión es proteger a la sociedad, investigar delitos y salvar vidas. Su lema es claro: “Vida que cuida tu vida”. Están al servicio de la comunidad las 24 horas, arriesgando incluso su propia vida.
Todo lo que aprendes, lo percibes en la vida.
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