¿Bukele el 'dictador', Xi Jinping el 'demócrata'?
En América Latina el concepto de “autoritarismo” suele desatar pasiones, condenas y debates acalorados. El término "dictador" también se aplica con sorprendente selectividad. Hay quienes se les traba la lengua para no aplicarlo, por ejemplo, a Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y a Díaz-Canel y los Castro en Cuba.
Fijándose en los contrastes, es interesante explorar las contradicciones en la percepción internacional de los liderazgos autoritarios, dictatoriales y hasta totalitarios.
Cuando Nayib Bukele, presidente de El Salvador, modificó las reglas del juego político para permitir su reelección indefinida, la eliminación de la segunda vuelta y el aumento del mandato presidencial, las alarmas internacionales no tardaron en sonar. Organismos y medios occidentales lo calificaron como un retroceso democrático. Pero curiosamente, cuando aterriza en la región el líder chino Xi Jinping, quien ha consolidado su poder en China sin límites de mandato vía un régimen de partido único sin elecciones libres, controlando el aparato estatal, censurando masivamente cualquier disidencia y represión de derechos humanos, es recibido con alfombra roja, elogios diplomáticos, aplausos y contratos o acuerdos multimillonarios. ¿Por qué se condena a uno y se celebra al otro?
Bukele, con una altísima popularidad de alrededor del 90%, reconfiguró el tablero político salvadoreño: ha reducido la pluralidad institucional, eliminado contrapesos, y allanado el camino para permanecer en el poder. Críticas no han faltado. “Dictador moderno”, “populista autoritario”, lo llaman principalmente desde fuera del país. Todo ello, pese a contar con amplio respaldo ciudadano, alimentado por sus políticas de seguridad anticriminales —que aunque polémicas, ha devuelto la paz, las calles y plazas a los salvadoreños ya sin miedo— y su comunicación digital vía redes sociales.
Hace dos años preguntábamos: ¿Puede el mundo criticar a un pueblo agredido por años con impunidad por salvajes pandillas y que hoy goza de cierta tranquilidad? Se suele informar sobre lo negativo del proceso actual salvadoreño, pero se dice poco de la barbarie delincuencial contra la población. Ciertamente también resaltamos: "La problemática de seguridad tuvo además efectos políticos. El bukelismo usa su popularidad en el manejo de las tensiones criminales para apalancar supremacía en las tensiones políticas que lo involucran. Así, Bukele prospera con el conflicto. La acumulación de poder se agiliza. La reelección presidencial es el premio inmediato" (ver: "El irrepetible ‘modelo Bukele'". M. Lagos. 28/08/2023. Perú 21).
En contraste, Xi Jinping lidera una dictadura consolidada vía el Partido Comunista (PCCh) en el poder desde 1949. En China no hay voto libre, ni pluralidad de partidos, ni libertad de prensa. El Estado controla férreamente la vida pública, y la disidencia se paga con cárcel o desaparición. Sin embargo, América Latina lo recibe como un socio estratégico, incluso como un "promotor de integración". Sus inversiones en infraestructura, tecnología y energía son recibidas por algunos como "salvación", sin mayor cuestionamiento sobre el régimen que las respalda.
China no solo exporta capitales e infraestructura, sino también una “democracia dictatorial” —un oxímoron— que se vende como alternativa "válida" al modelo democrático liberal. Su respaldo explícito a estructuras político-criminales como el del nicaragüense Ortega o el de Maduro en Venezuela revela una complicidad entre dictaduras que se protegen mutuamente. (ver: "Dictador no come dictador". M. Lagos. 22/08/2024. Perú 21).
China juega con ventaja en el tablero geopolítico: mientras las democracias reales lidian con protestas, prensa libre y elecciones competitivas, las dictaduras consolidan su poder sin obstáculos internos, eliminando cualquier posibilidad de alternancia política. Y en América Latina, ese poder chino —sazonado por sus inversiones estatales— se recibe con entusiasmo, sin cuestionamientos políticos de fondo y forma.
¿Por qué se condena el bukelismo y se celebra el "modelo" chino? ¿Por qué se demoniza a un presidente popular en un país pequeño, mientras se acepta sin aspavientos la expansión de una potencia dictatorial? Una posible respuesta está en el poder económico. China ha colocado miles de millones en infraestructura, minería, energía, telecomunicaciones… en América Latina y el Caribe. Compra silencio y complicidad con megaproyectos. Mientras Bukele, sin ese músculo financiero, queda expuesto a la crítica internacional. Xi Jinping, en cambio, es aplaudido por sus "palancas" económicas estales exportadas por el PCCh —que "mató" el sistema democrático hace décadas— aunque su régimen encarne todo lo que se condena en otros contextos.
La coherencia democrática exige aplicar el mismo juicio sin importar si el poder viene de un pequeño país centroamericano o de una potencia asiática, sin importar el volumen de las inversiones en juego. Bukele merece críticas y escrutinio, sí. Pero también Xi Jinping. Ambos deben ser analizados con la misma lupa. Porque si se condena el autoritarismo o a la dictadura en la "casa" regional, no se debe celebrar el que llega desde fuera con maletas llenas de dinero. La democracia real no puede ser selectiva ante las tiranías "tolerables" y sus apuestas geopolíticas.
