Boluarte: poder sin autoridad
Poder sin autoridad es igual a nada. En esa nada se ha convertido Dina Boluarte, quien ostenta el poder propio del cargo que desempeña, y carece de autoridad. A su mando están las Fuerzas Armadas, que le dieron el poder de poner orden en las revueltas violentistas que pretendían sacarla del Palacio de Gobierno, a la fuerza, tras el autogolpe de Pedro Castillo. Fue una clara intentona revolucionaria de la izquierda radical, y los comunistas aprovecharon para endilgarle el mote de asesina. ¿Asesina quien defiende el Estado de derecho, el orden constitucional y con ello la república? No. Pero tanto se lo gritaron que parece ser que la señora se lo creyó.
El poder lleva a ser obedecido por temor, mientras que la autoridad inspira, brinda credibilidad, genera consensos sobre los asuntos más urgentes de la patria y señala una ruta que pocos dudarán en seguir. Dina Boluarte encarna la paradoja de ser una gobernante sin autoridad por sus propios errores, temores y baja autoestima. Vive pendiente de las encuestas, de lo que dicen los medios, y de lo que le soplan los mediocres chismosos que buscan encumbrarse en cargos más altos dentro de su propio gabinete, donde apenas hay cuatro ministros rescatables.
Recuperar autoridad o ganarla exige valentía, claridad y un compromiso genuino con la transparencia y los ideales democráticos. La presidente debería comenzar por desmantelar la mediocridad de la que gusta rodearse y convocar a peruanos y peruanas reconocidos, con vocación de servicio y capacidad técnica. Debería también abrirse al diálogo con los sectores más críticos de su gestión, no para imponer su visión, sino para construir consensos que den sentido y rumbo al país. Le toca también a esos políticos expertos y criticones poner el hombro y no pensar en si es conveniente o no, de cara a las próximas elecciones.
La legitimidad de Boluarte ha sido sistemáticamente erosionada por su propio entorno, por la izquierda radical y por la exageración de los medios, dados a responsabilizarla por todo cuanto ocurre o deja de ocurrir en esta comarca, ahondando el desencanto popular y alejándola de las demandas más urgentes del pueblo.
En el 2025 Boluarte debería buscar operar desde la confianza. El Perú padece por la desconexión profunda entre el Ejecutivo y la nación, y entre el Ejecutivo y los demás poderes del Estado. La presidente, en su intento por mantenerse a flote, recurre a tácticas que fortalecen su control inmediato pero minan su escasa autoridad: alianzas con sectores cuestionados y un discurso hueco que no responde a las urgencias de una ciudadanía descontenta y que no termina de recuperarse de los estragos generados por el mal manejo de la pandemia y el saqueo billonario de Odebrecht y GyM.
El Perú necesita liderazgo moral, empatía y visión. Si Boluarte no lo entiende, su gobierno será recordado como un episodio más en la larga historia de desencuentros entre los peruanos y nuestros gobernantes; y esto pese al crecimiento económico de su gobierno.
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