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Boluarte en su laberinto

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Fecha Publicación: 01/11/2024 - 23:00
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Comentábamos ayer el despropósito —delincuencial— que significa que nuestros jueces y fiscales se encuentren en rebeldía ante cualquier ley que promulgue el Parlamento Nacional, aun si estas han sido tramitadas y aprobadas de acuerdo con las atribuciones que la Constitución vigente confiere al Poder Legislativo.

La condición de nuestros magistrados es que cualquier legislación sobre materia jurídica debe ser aprobada, obligatoriamente, por las instancias del Poder Judicial y el Ministerio Público. Pero ¿acaso estos magistrados olvidan que todo intento de hacerlo configura un delito constitucional de gravísimas consecuencias para quien promueva semejante rebeldía? Los participantes acabarían directamente con sus huesos en una prisión.

Estaríamos ante una rebeldía jamás vista en nuestros anales jurídicos, salvo en episodios de quiebre institucional, originados por golpes de Estado. ¡Nunca en democracia! Salvo ahora, en esta “probeta democrática” instituida por la caviarada, en connivencia con el marxismo, donde todo vale, claro, siempre y cuando ese “todo” sea manipulado por el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, ambos entes decididos a que la región entera —Latinoamérica— se transforme, en el más breve plazo, en un pozo séptico comunista.

Al paso que vamos, lo cierto es que el tramo que nos queda para alcanzar esas cotas de totalitarismo que vemos en Cuba o Venezuela no dista mucho de los tiempos de peligro que corrió el Perú bajo el mando del prosenderista, ágrafo, corrompido y golpista Pedro Castillo.

La verdad es que el Perú se tambalea en medio de un mar de dudas y peligros de muy alto calibre. El escenario de hoy será muy distinto —hablamos de peor— al de mañana, al de pasado mañana, y así sucesivamente, en tanto subsista esta anomia absoluta donde nadie manda, nadie sabe qué ocurre y nadie vela por la sociedad.

Sin ir más lejos, todo el país es consciente —y Dina Boluarte lo sabe— de que ella carece de las habilidades indispensables para presidir una nación. Con mayor razón un país envuelto en llamas, jaloneado desde todas partes por grupos que bregan por sus propios intereses. A Boluarte se le indicó, desde el comienzo, que debía conciliar sus obligaciones a través del diálogo con los sectores sociales, económicos, políticos, laborales, empresariales, etc. Sin embargo, su terquedad pudo más que sus obligaciones; compromisos que, dicho sea de paso, ella asumió por propia voluntad al aceptar la responsabilidad de presidir el país en un momento sumamente complicado.

Desde entonces —van a cumplirse dos años—, Boluarte navega sin rumbo en un mar encrespado, embarcada en una nave cuyas cuadernas crujen cada vez más. Cómo será su desesperación que, tras dos años desbarrando, recién convoca a un mamotreto —inútil e informal, pero al fin un foro para intercambiar ideas— llamado “consejo de Estado”, en un desesperado intento por evitar su desafuero. Asunto que este escriba consideraría nefasto, porque implicaría la grave aceleración de una crisis sin perspectiva de solución, dado el próximo horizonte de unas elecciones políticas en, quizá, el peor momento de nuestra historia.

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